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José Becerra

La provincia a vuelapluma

Cuando el ocaso se acerca

Cuando el ocaso se acerca
JOSÉ BECERRA
Pasado la barrera de los 70 años, que se quiera que no, hondas preocupaciones nos asaltan. Antes de edad nos decíamos a sí mismo aquello de “Tan largo me lo fiais” de nuestro teatro clásico; espantábamos los negros nubarrones que nos torturaban con la facilidad de quien espanta moscas molestas. Todavía no es mi hora, nos decíamos cuando apenas peinábamos canas y podíamos presumir de rostro terso y ágil andar. Pero columbrada la edad septuagenaria, aunque la enfermedad no haya hecho acto de presencia agresivamente como que experimentamos unos cambios en nuestra vida que por fuerza nos hacen pensar que ya somos remedo quebradizo de nuestra antigua juventud.
Sin embargo, no es, no debe ser, la cuarta edad un pretexto para abandonar nuestras querencias y costumbres de antaño, cuando disfrutábamos de una existencia vigorosa física y mentalmente. Cada cosa a su tiempo y ahora, cuando ya vislumbramos el final más pronto que tarde hay otros alicientes que pueden brindarnos si no plena felicidad sí reciedumbre y contento.
Los que nacimos y vivimos tierras adentro de la Málaga del mar y el bullicio o de otra cualquiera ciudad populosa siempre podremos volver a gozar del lugar que siempre nos agradó porque en aquellas vivimos buena parte de la existencia. De Fray Luis de León, uno de mis poetas preferidos, juglar por excelencia de los espacios retirados y los remansos de paz son estos versos reconfortantes: “ ¡Qué descansada vida/ la del que huye del mundanal ruïdo/ y sigue la escondida/ senda por donde han ido/ los pocos sabios que en el mundo han sido!” Los he recitado muchas veces, casi siempre en un susurro por no querer que en el tumulto de la ciudad y el ajetreo de sus calles me tomasen por loco. Y luego, con la cabeza apoyada en los cristales del autobús de turno, contemplando la hirviente riada de coches sobre el asfalto, no tenía reparos en continuar, siempre para mis adentros, recordando cuando en mi pueblo natal me dio por convertirme en hortelano en mis ratos de asueto: “Del monte en la ladera/por mi nano plantado tengo un huerto,/ que con la primavera/de bella flor cubierto/ ya nuestra en esperanza el fruto cierto!” Y sentía como que mi alma y sentir se tranquilizaba e invitaba al dulce sopor.
No renuncio a acabar mi vida allí donde ésta empezó. No poseo ya mi huerto pero sí mi casa en el lugar nací. Añoro el escenario montuoso de mi Benaoján natal, sumido en la agreste y siempre legendaria Serranía de Ronda. Cierto que aires nuevos le infunden apariencias de modernidad evidentes en las viviendas y chalets de sus afueras. Pero nada podrá distorsionar sus tortuosas y estrechas calles del interior siempre bajo las enigmáticas Cruces Blancas que coronando riscos abruptos la vigilan eternamente. Aquí el Tajo del Zuque, agresivo y solemne, allá el majestuoso Conio siempre sumido en la neblina vaporosa que le concede la lejanía o la iridiscencia del sol. Y el peñascal del Castillejo o el Puerto de Ronda, reino del olivo y el almendro ahora en flor…
No debe ser   la vejez tiempo de inquietudes sino de serena complacencia merced a lo que nos rodea. Dicen los rondeños serranos que envejecer es como escalar una gran montaña: mientras ascendemos las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más ancha y serena. Les asiste toda la razón del mundo. No importa que el ocaso se aproxime.

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Sobre el autor

Nacido en Benaoján, 1941. Licenciado en Lengua y Literatura Española por la UNED. Autor de varios libros. Corresponsal de SUR en la comarca de Ronda durante muchos años.


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