Julen
JOSÉ BECERRA
Hay muertes que entendemos y aceptamos sin tapujos. Es el final de un ciclo de la existencia humana. Nacimos y vivimos con la certidumbre de que nuestra vida está condenada a extinguirse con el paso del tiempo. Lo que nos pasma y llena de zozobra e incomprensión es que la muerte venga a cegar la vida de alguien que apenas se había asomado a ella. Y si esto ocurre con las circunstancias que han golpeado al pequeño Julen más nos hace pensar en lo enigmático e incomprensible del hecho de abandonar este mundo de manera y forma que han venido a concurrir para segarle la vida. Hemos asistido para asombro del mundo a la desigual lucha del hombre con armas que la modernidad de las técnicas ponía en sus manos contra la montaña, animal maléfico, que se resistía a soltar su presa. Y si lo hizo al fin fue para dejar constancia de su victoria final cebándose en la vida de un inocente niño que apenas había hecho sino asomarse al mundo. No lo entenderemos jamás por muchas vueltas que demos en nuestro cerebro. Vivimos días de incertidumbre en el de las horas contemplando la singular batalla de quienes eran avezados en soliviantar las asperezas del risco. Con tenacidad y sin descanso lucharon hasta el final para arrebatarle su inocente presa sana y salva. Merced a sus denodados esfuerzos consiguieron doblegar su pétrea resistencia, pero desgraciadamente cuando ya era demasiado tarde. Nos estrujamos el cerebro tratando de encontrar una respuesta a este desgraciado acontecer que se ha cebado con la familia de Juven, que ya pasaron, y en época reciente por el amargo trance de perder otro hijo por una muerte súbita en una playa del litoral malagueño. Y ahora la tragedia de otro hijo que encontró la muerte cuando todavía no se habían rehecho de la otra dolorosa pérdida. Quienes contemplamos estas vicisitudes de la familia nos preguntamos la razón para que ella se cebe el infortunio y la desgracia procurándoles sendos desgarros en el alma. Quienes somos padres y abuelos de niños de la edad de Julen nos ponemos en su piel y no podemos evitar que los ojos se nos nublen. Y de que clamemos al cielo preguntando el porqué de estos sucesos que laceran el alma. No hay respuestas. Y nos comemos las lágrimas ante la impotencia de encontrar una razón racional ante tamaña desgracia que no tiene por menos que acongojarnos a todos.