Foto: Benaoján.es
Cada pueblo tiene señalado con números y letras de oro una fecha relacionado con un acontecimiento o celebración que lo hace distinguirse entre los demás. En esa fecha, incluso las demás poblaciones dirigen hacía él su mirada. Entre otras cosas porque hasta ellas llega el estruendo de la cohetería que señala muy a las claras que algo grande está ocurriendo allí.
Los pueblos de la Serranía de Ronda coinciden en que su entusiasmo en dar brillo y esplendor al día en el que se homenajea a su Patrón tenga la mayor relevancia posible. Banderines y farolillos multicolores en las calles. Luminotecnia. Cohetes. Procesión. Bailes en la plaza, casi siempre la del Ayuntamiento. Corbata y camisa nueva. Mantilla, peineta y abalorios. Puestos de turrón y atracciones. Fuegos de artificios y olorcillo a churros recién fritos.
En Benaoján, a primera hora, los alegres pasacalles por las principales vías de la población a cargo de la banda municipal de trompetas y tambores, servirán como pórtico de las fiestas, que en honor de San Marcos Evangelista se celenbran alrededor del 25 de abril. Vibrantes notas de aire y timbal sirven de fondo a tres ajetreados días en los que la población, aparcando trabajos y ocupaciones rutinarias, se entrega a la celebración de festejos. Con ellos se viene identificando después de más de 200 años.
Es en efecto, en 1800, fecha de la primera reconstrucción del templo del Rosario, cuando la vecindad decide que sea San Marcos el Patrón y desde entonces, salvos calamitosos años de epidemias, hambrunas o guerra civil, éste ha paseado por sus calles entre los vítores y la veneración de los fieles. Que son todos, ya que dejando a un lado ideologías políticas, militancias, situación social y económica, y se sea o no creyente, nadie va a pasar por alto la misa y, sobre todo, la procesión del medio día del 25 de abril, fecha que los benaojanos llevan fielmente impresa en el ánimo desde su nacimiento. Circunstancia ésta que refleja la aseveración de la que como timbre de gloria se alardea: ”Bautizados en la pila de San Marcos”.
Se trata de una fiesta que nace del fervor popular, sin que en su organización y desarrollo para nada o muy escasamente medie el Ayuntamiento. Se encargan de ponerla en pie cada año seis mayordomos, – nombrando para tal fin los que salen a los entrantes -, quienes lo lograrán cada vez poniendo a prueba esfuerzo y voluntad de superación.
Una tradición que se mantiene incólume y que se transmite de padres a hijos. Como un timbre de gloria, los designados para este menester lo ostentan durante todo el año. Tiempo en el que se dedicarán en cuerpo y alma, robando horas al ocio y al trabajo habitual, en lograr ya con los medios económicos necesarios, ya poniendo en juego la imaginación, que la fiesta, su fiesta, sea la mejor de todas.
Los favores recibidos del santo durante el año se traducen en ofrendas de claveles y explosiones de cohetes. Centenares de claveles rojos adornan el trono en el que se instala la imagen para su procesión durante más de tres horas, mientras que los cohetes que arderán en el aire ascienden a muchas decenas de millares. Bellas plantas y el estruendo de la pólvora parecen ser los signos más vivos de unos festejos en cuya participación y disfrute se convoca a varias miles de personas tanto del propio municipio como de los colindantes.
Bailes en la plaza del Ayuntamientos, degustaciones gratuitas de la rica gastronomía local – el chorizo y el lomo frito de fama casi universal – concursos y competiciones deportivas, amén de actuaciones artísticas completan un apretado programa de diversiones que convierten al pueblo, durante el fin de semana, en centro de atención de la comarca. Si las condiciones meteorológicas no lo impiden.
Porque San Marcos, desde que oye de los lugareños, súplica que data de muchas décadas atrás, en tiempos, como ahora, de contumaz sequía. No suele el Evangelista desoír las preces de la feligresía ( “ San Marcos Bendito, Patrón soberano, si no nos echas agua, al pozo te echamos”. Es lo quje recitan los benaojanos en la procesión que conduce su imagen hasta al pozo ubicado en los aledaños del pueblo) y casi siempre llueve en la festividad.
Si esto no ocurre, después de la procesión, se puede aprovechar para visitar la Cueva del Gato, el monumento natural más emblemático del pueblo; luego se impone comer en las ventas limítrofes el conejo al ajillo, plato para el que los de por aquí se dan buenas mañas, constituyendo junto al chorizo, el lomo frito en manteca y las tortas de chicharrones el muestrario de los manjares más exquisitos. Habremos hecho así acopio de energía para resistir los bailes que en la plaza del Ayuntamiento terminarán con las claras del día.