Es el bullying, esa tragedia que ronda a nuestros hijos de no muy avanzada edad y que viene tomando cartas de naturaleza con una frecuencia que horripila. Salta a los medios informativos de vez en vez y desgranan circunstancias que a la mayoría de padres y abuelos no tienen por menos que acongojarnos. Los vemos cada mañana abandonar el hogar camino de su centro educativo respectivo y se nos encoge el alma sin saber qué es lo que le puede esperar en él o sus alrededores.
Nos desvivimos en casa por hacerles la vida más placentera y los confiamos a quienes por unas u otras razones en muchos casos no se percatan ni prevén que sus vidas pueden ser un infierno en el ámbito escolar respectivo, al albur de los matones que nunca faltan y que pueden hacerles la existencia imposible, hasta el puno de que algunos, como salta de vez en vez a los periódicos, atentan contra su propia vida, intuyendo pese a su edad temprana que se se les antoja en sus incipientes entendederas un horror y que no merece la pena vivirla.
Se nos encoge el alma y nos sobrecoge el ánimo. El último sucedido el caso de un niño valenciano de 11 años que se precipitó al vacío desde una ventana del cuarto piso de un bloque de vivienda. De manera milagrosa salvó la vida: quiso la suerte que se precipitara sobre un coche aparcado en las inmediaciones de la vivienda: atravesó en la caída la luna trasera, y los asientos del interior amortiguaron la caída; eso sí con lesiones graves en su fisonomía. Los padres declararon que en el centro escolar se había hecho caso omiso a sus reiteradas denuncias.
Campea una sinrazón que no deja de alarmar a quienes nos percatamos de que no se está ante un hecho aislado sino de una eventualidad que espanta y que que nos hace ver que algo está fallando en los centros a los que deberían persuadir de que además de instruir e inculcar a los alumnos las pertinentes enseñanzas no se debiera pasar por alto lo que atañe que atañe a su integridad física y psíquica.Para estos sucesos no se repitan con una periodicidad que no deja de sembrar la inquietud en las familias. Esas cuyos progenitores reclaman y exponen a centros y profesores que cada día conviven con su prole que acuden al centro de turno, y se les atienda, de la misma manera que para imbuirles conocimientos precisos, también que no echen en olvido la obligación de velar por que vuelvan sanos y salvos al hogar.
Algo que no siempre ocurre por mor de congéneres que se saltan a la torera toda exigencia de convivencia y respeto hacia sus compañeros proporcionándoles de manera artera daños físicos cuando no psíquicos de alcance, sin olvidar los de carácter verbal, más frecuente, y que entraña el resalte de defecto físicos y el menosprecio que atañe sobre todo al social aislando al joven del grupo. Al final, los resultados no pueden ser más dramáticos, a veces trágicos, como es el caso, para los lo que los sufren, y por ende, para su familia en cuestión.