Psicosis desatada
JOSÉ BECERRA
Nos creíamos- ¡ilusos que somos!- indemnes a todos los peligros que sobre nuestra naturaleza corporal podrían caer para subyugarla a lo largo de la existencia, dado los avances espectaculares de la medicina en cualesquiera de sus facetas. Se presumía sin tasa de los adelantos de la ciencia y la medicina para frenar todo lo que pudiera hacer mella en nosotros. ¡Gran error! En un abrir y cerrar de ojos hemos vueltos a pavorosos tiempos en los que la humanidad se debatía ante el horror de epidemias que amenazaban la continuidad del hombre en este mundo de los vivos. En pocos días hemos vuelto a épocas pasadas en las que virulentas pandemias aterraban a la mitad del planeta que habitamos. Una psicosis desatada en una población acostumbrada a transitar a su libre albedrío por doquiera muy segura de sí misma, y de que nada podía torcer sus intenciones en no importa que planos de la vida diaria, ha frenado en seco su ímpetu. He aquí que surge un espantajo que frena nuestra costumbre de hacer lo que se quiera sin que nada ni nadie venga a coartar nuestras intenciones: aquí aparece el espantajo del coronavirus aleteando a nuestro alrededor y se desmorona petulancia como un castillo de naipes, y nos damos cuenta de golpe de que nos encontramos inermes al aleteo de un siniestro fantasma que nos amenaza y contra el que nos vemos impotentes para vencer.
Cierto es que autoridades políticas y médicas intentan quitar hierro a la acongojante enfermedad que está tomando rasgos de pandemia por su extensión en buena parte del universo mundo. Los mensajes diarios de autoridades de toda índole y lugar se afanan el quitar hierro al asunto: intentan convencernos de que se trata de una gripe desconocida que tiende sus tentáculos a gente que ya dejó atrás la juventud y que sufren patologías acendradas. No parece que cuelen sus aseveraciones: se acrecientan las dudas y crece el temor a remolque de un temor generalizado que ha llevado a arrasar las existencias de mascarillas en la farmacias, fruto del arrebato de quienes se ven impotentes ante el peligro, pero también un error éste que pueden pagar caro los que de verdad la necesiten.
Si echamos un vistazo a la historia de las pandemias que han asolado a este mundo nuestro veremos que hunden sus raíces en la obscura nebulosa de los tiempos. Y ya ha llovido desde que se declaró la peste negra en el siglo XIV de nuestra era y que acabó con la vida de una tercer parte de los habitantes de Europa. Sin echar en saco roto la gripe del siglo pasado siglo que causó 100 millones de victimas. Por ultimo, fue el VIH /sida a partir de los años 80 la plaga que diezmó de manera considerable la población mundial. O sea, que mortandades extremas de haberlas háylas a lo largo de la sufrida humanidad.
Ahora, en pleno siglo XXI, nos sentíamos como más seguros y confiados en que esos azotes contra la humanidad estaban superados. Vemos cómo no ha sido así. Con todo, y sin echar en saco roto las indicaciones que desde todas las instancias
médicas y políticas nos advierten de la virulencia del mal recién desatado convendría un sosiego en la población y evitar esa histeria colectiva que a nada conduce. La paranoia y el miedo colectivo no nos beneficia en absoluto.Y menos la psicosis generalizada sin freno. El alarmismo resulta contraproducente. Que se informe sí, y que se temen todas las medidas habidas y por haber. Pero se impone el mantenimiento de la serenidad y la cordura, y no el el miedo exacerbado, ese que se ha instalado en la sociedad: se han ganado batallas a otros gérmenes más perniciosos y virulentos