Ancianos en obligada y larga cuarentena
JOSÉ BECERRA
Cuando la obligada confinamiento por mor del fatídico virus se reduzca existe un sector de la población española que se las verá y deseará para salir a la calle. Es lo que se ve venir. La prescripción toma cuerpo en otros países, y aquí en el nuestro se barrunta por más que todavía nuestros jerarcas políticos no se hayan pronunciado con nitidez al respecto. Los que sobrepasamos con creces los sesenta abriles lo estamos temiendo: se nos va a obligar se quiera o no a permanecer en los hogares por tiempo aun indefinido, pero por lo menos hasta que se haya vencido la plaga que nos afecta, o los científicos creen la vacuna para eludir el fatídico morbo.
No nos hacemos ilusiones quienes peinamos canas o marcadas arrugas en el rostro. Cuando se abran las puertas de los domicilios para buena parte de los mortales del país, los más viejos seguiremos confinados sine díe, posiblemente hasta que la ansiada vacuna tome visos de realidad. Se han levantado voces de diversos estamentos del país con sobrada trayectoria científica y médica, amén de la abogacía y ciudadanos de toda índole social, poniendo en solfa este alargamiento del confinamiento sobreañadido que se pretende imponer sobre nosotros. Esa prolongación sin fecha para quienes transitamos con más pena que gloria por la década de los 70 años de vida ha sido rebatida por autores críticos de los caóticos momentos que atravesamos todos, ronden o no esa edad, haciendo hincapié en que no tiene por qué ser aciaga. Hay quien apunta que estaremos confinados los que vimos la primera luz a mediados del siglo pasado mucho más tiempo, tanto que habremos de permanecer en cautividad consentida nada menos que hasta la Navidad, lo que no dejaría de hacer una imposición tan nefasta como sin sentido.
¿Tendremos los mayores que cargar con las culpas o el castigo de haber echo algo mal, siendo en realidad inocentes de haber nacido antes de que lo hicieran los pujantes moradores de este mundo; o sea, en ese léxico tan vulgar como expresivo “pagar el pato”? Una injusticia que clama al cielo. Y es lo que denuncia la Academia de Medicina de París. Se muestra firme contra una actitud, a todas luces errónea, de hacer frente a la pandemia generalizada estableciendo cotas en razón de la edad. Se pronuncia a favor de que los ancianos, siempre que se tomen las medidas necesarias de protección para sí mismo y, por ende, para los demás, no se debería prohibirles la salida a la calle. Pero es lo que van a ser en el país galo, si no hay nadie que lo remedie, y, de seguro que se hará en el nuestro, si no hay quien mueve un dedo en nuestra defensa. No se comulga con estas directrices de la mencionada institución, aquí y ahora. Y nos preguntamos la razón, dando por buena y aceptando que las medidas convenientes para la convivencia con el resto de la población se extremen al máximo.
¿Habremos de soportar la permanencia en los hogares aquellos que sienten como una losa la soledad? Seguro que vendría a socavar la integridad física y psíquica de quienes podríamos sufrirla. Sin menoscabo al derecho de los demás, todos anhelamos respirar aire fresco y divisar otros horizontes que no sean los que alcanzamos a vislumbrar tras los cristales de nuestras viviendas.