No son pocos, entre los que me cuento, quienes ahora desearíamos volver al pueblo que nos viera nacer y crecer. Añoramos días tranquilos y felices en lugares en los que nunca pasaba nada. Puede que sea ésta la razón por la que muchos ansiamos volver, siquiera sea por disfrutar de una tranquilidad y un sosiego, que ahora por mor der la malhadada pandemia se nos niega, lejos de nuestros lugares de origen.
Los pequeños pueblos que jalonan la ancha geografía hispana vienen padeciendo desde mucho tiempo atrás el abandono de quienes en ellos vivieron y crearon familias. La marcha obligada a la ciudad más cercana ha sido tanto una costumbre como una necesidad impuestas por la precariedad de quienes vivían en villorrios de poca monta que se las veían y deseaban para conseguir el sustento de cada día.Esta situación prolongada en el tiempo trajo como consecuencia un hecho irrevocable: la España vaciada. Es la que yace inerme y de la que es buena muestra la vista de que de ella tenemos: calles y plzoletas vacías,casas cerradas a cal y canto y escasos signos de vida en sus calles. Pero he aquí que ha tenido que ocurrir algo, tan siniestro como ese maligno bicho que siega vidas sin pararse en mientes, para que las miradas de quienes viven en populosas ciudadades miren sin disimulos y con sano anhelo trasladarse a estas pequeñas poblaciones, haciendo ascos de las que viven y en las que corren el riesgo de que la ponzoña del virus les fustigue y alcance.
Hay quien piensa y da por hecho que lo mejor que se puede hacer en estos tiempos aciagos que nos ha tocado vivir, y cuando las vacaciones veraniegas están al borde la esquina, es pasarlas en los los pueblos, esos que un día abandonaron en búsquedas de más halagüeñas perspectivas económicas. Ahora, quienes se ven sumidos en el ajetreo de la ciudad ven con buenos ojos volver a las tierras de sus mayores para gozar de un buen merecido descanso y sin el temor de que el temido coronavirus les aceche y acongoje, cosa que no es difícil que ocurra al doblar una esquina de las concurridas calles de las capitales de provincias o en el ajetreo de sus abarrtodas playas, no digamos de sus paseos multiduninarios. Se tenga o no raices pueblerinas hay quien ya echa cuentas para alquilar un apartamento en zona rural lejos del mundanal ruido de las grandes conurbaciones.Aparte de que no son tiempos estos qu corren para dispendios exagerados que son los que se producen, se quiera que no, en las ciudadades de postín al lado del mar y sus atiborradas playas.
Paseos tranquilos y aire limpio callejeando por pequeñas localidades, pongo por ejemplo, las de la provincia de Málaga – Jimera de Libar, Benaoján, Montejaque, Alpandeire…, en las que el maléfico virus que aterra a medio mundo pasó de largo para júbilo de sus habitantes. Ni rastro dl temido zarpazo: se puede respirar a pleno pulmón sin el temor que de que nos asalte y se instale en nuestra propia anatomía. Gozar de tardes placenteras, bañarse en las limpias aguas de un río sin rastro de contaminación; por ejemplo el Campobuche, que atraviesa la nunca suficientemente celebrada Cueva del Gato en las proximidades del pueblo benaojano emporio de las chacinas elaboradas merced a la tradición que se guarda desde siglo atrás.
El turimo rural que se enraizó en estas localidades de la Málaga sureña ofrece una panoplia de casas rurales en medio de una naturaleza sin mácula de contaminación en las que se puede respirar a pleno pulmón sin el menor atisbo de temor. Y por si estos atractivos fueran pocos, hay que sumarle lo de la baratura de estos de alojamientos rurales que vienen floreciendo en la zona como las margaritas en mayo y que les recibirán con los brazos abiertos.
Los pueblos malagueños del interior les esperan.Venga a solasarce en ellos y olvidese por unos días del ajetreo de la gran ciudad, sea cual fuere. Con ese aditivo que apuntaba: encontrarán precios de alojamientos que no constriñirá su presupustos, por lo menos con la intensidad que lo harían las ciudades ribereñas del mar. Algo que no es despreciable en estos procelosos tiempos que corren y que merman sin contemplaciones nuestros bolsillos. ¡Véngse a un pueblo, respire aire puro y pasee distendido por sus callejuelas haciéndole un corte de manga al temido virus!Y luego, duema a piernas sueltas, acariciado por el siempre sano relente de las sierras circundantes.