Seguimos sin saber a ciencia cierta el número de fallecidos en nuestro país, esos que perdieron la vida tras ser acometido por el coronavirus del demonio. Pero a nadie se le escapa ya a estas alturas de la pandemia que los que abandonaron estos lares por ese motivo, suman cifras escalofriantes. Se calcula, tirando por lo bajo, que superan los 40.000 fenecidos: es lo que se desprende de un estudio exhaustivo de los registros civiles del país. Y otra certeza que se desgaja de las estadísticas que al respecto han visto la luz es que alrededor del 75 % de los que pasaron a mejor vida eran personas mayores; en buena medida las que contemplaban el devenir de los días en residencias desperdigadas por el ancho solar del país. Fueron éstos quienes primero sucumbieron a los estragos de la pandemia. Lo que nos lleva a pensar que algo se estaba haciendo mal para que fueran las residencias de mayores lugares en los que el malhadado bacilo vino a cebarse con más saña contra sus moradores. Estaban en primera línea de fuego y lo pagaron con sus vidas.
Fueron los ancianos víctimas propiciatorias del virus, pero aún así y contempándose con pesadumbre, como no podía ser de otra forma, los estragos a las que se han visto sometidas las residencias de mayores, cabe preguntarse si han de seguir dependiendo de Asuntos Sociales y no de Sanidad como las vicisitudes vividas aconsejan.Los mayores sin excepción sufren patologías, muchas severas, para las que las residencias no disponen de medios asistenciales médicos y humanos como para atajarlas y atenderles en casos dificiles como el que nos ha tocado vivir en los últimos meses. Puede que se consideren como hoteles, sí, pero también como hospitales para atender a una población por antonomasía vulnerable.
Se tiene en mente – y es difícil que se borre del intelecto – que no se obró con la prontitud requerida para frenar en lo posible la extensión de la pandemia. Parco material sanitario y compras dilatadas en el tiempo tuvieron sus nefastas consecuencias; a saber, el contagio masivo e irrefrenable. Al unísono, y derivado de la falta de material requerido, se dilató la protección adecuada a los sanitarios, auténticos héroes anónimos que antepusieron el cunplimiento de sus funciones a salavaguardar su propia supervivencia.
Forzoso es reflexionar sobre el modelo de residencias que impera en nuestro país, y que se obre en consecuencia para atajar sus males ya enquistados. También conviene hacer hincapié en los recursos estatales que se destinan a este menester. Ha quedado claro durante el fragor de la pandemia y los días que siguieron a los de mayor virulencia que se precisa algo que hasta ahora brilla por su ausencia, y que no es otra cosa sino que los centros obstengan una mayor atención de los estamentos públicos.
Urge cambiar el paradigma de las residencias en nuestro país. Algo que conlleva el aumento de la asignación que el Estado dedica a este menester. Porque lo que acaba de ocurrir muestra a las claras que quienes se ven aparcados por su edad en residencias necesitan de una atención que por ahora no se les dispensa. Lo dieron todo durante sus años en los que permenecieron activos y fueron fructíferos para la sociedad. Ahora es necesario que se les conceda la atención y el cuidado que merecen.