No ocurría desde décadas atrás. El Rey venía presidiendo el acto de entrega de despachos a quienes entraban en el mundo judicial por estas fechas. Pero he aquí que a este último menester no ha podido asistir por decisión del Gobierno: aluden que por salvaguardar su integridad física. Pero son muchos los que no se tragan ese sapo. Desde luego no lo hacen quienes pueden esgrimir con más razón que un santo que la decisión procede desde las altas instancias del poder, desde donde se mantienen firmes en no desairar a los independentistas catalanes, cuyo concurso el presidente necesita como el agua el sediento para aprobar los presupuestos. Una afrenta a Felipe VI en toda regla, quien ha dejado por sentado que le agradaría acudir al acto de investidura. Pero su gozo en un pozo.
Desagravio al que ha venido a sumarse otro casi al unísono: la diatriba del ministro Garzón contra el monarca aludiendo a su carencia de neutralidad. Como dicen en mi pueblo, allá por el sur más al sur de la provincia malagueña, ” éramos pocos y parió la abuela”, que viene a decir algo así como que sumamos noticias capciosas cuando ya nos superan las que nos llegan con abundancia y sin reparos. A nadie coge ya de sorpresa que las huestes de Podemos persiguen con ahínco implantar una república en el suelo patrio. A toda costa y pese a quien pese muestran esta querencia un día sí y otro también, algo de lo que tratan de imbuir a todo quisque. Hay que admitir su derecho a declarar sus intenciones, pero lo que no parece de recibo es que después de prometer su lealtad al Rey cuando juraron sus cargos pretendan ahora anularlo ahora promoviendo acciones para erosionar su hegemonía.
A nadie se le escapa, a estas alturas del quehacer de algunos de nuestros líderes políticos, sobre todo los de nuevo cuño, que abogan sin tapujos por la instauración de una república. Incluso miembros del Gobierno muestran esta deriva, la cual se ha hecho notoria por las declaraciones recientes de algunos de quienes en su día prometieron lealtad al Rey en solemnes actos que todos presenciamos a través de los medios de comunicación. La situación de la España de hoy no tiene por menos que retrotraernos hacia la visión que tenía Antonio Machado sobre la política de su tiempo. Abrazó con sus ideas la generación del 98 y dejó asentado su defensa a ultranza del pueblo frente a rémoras que eran proverbiales entonces: caciquismo y poder dictatorial. Contra estas tendencias enraizadas en los años finales del pasado siglo alzó su voz con el fin de hacer frente a los dos bloques cainitas y sectarios que por entonces eran notorios.
Es lo que se desprende de su categórica afirmación que permanece incólume en uno de sus más celebrados poemas:”Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón…”. No tenemos por menos traer a colación las palabras de la presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, calificando de “inadmisibles” las críticas nada veladas de dirigentes políticos quienes al unísono han mostrado su postura netamente populistas contra las instituuciones que a todos pertenecen y contra las cuales el presidente Sánchez no ha tenido por menos que guardar un silencio que creemos cómplice.