En junio dimos por acabada la pandemia merced a los datos alentadores que se nos ofrecieron. Muchos lanzamos el ¡hurra! por haber logrado que el virus maligno llegara a su mínima expresión. No había que haber lanzado las campanas al vuelo porque resultó ser una victoria infundada. Pero lo hicimos y con altos vuelos. Ahora nuestro gozo en un pozo, porque como se sabe, en las últimas semanas los rebrotes volvieron a soliviantarnos, y de tal manera que ya vislumbramos que la situación epidemiológica entró en otra fase aguda. Algo que en primera instancia se está cebando en las residencias geriátricas en donde ya de nuevo el pánico se ha instalado por doquiera; y por ende, en las sedes hospitalarias en donde de aquí a nada veremos, Dios no lo quiera, como se colapsan las UCI, porque las cifras que se nos dan van más allá de los 350 casos por cada 100.000 habitantes.

Se ha remontado la cifra del millón de contagios en España, pero esa terrible cifra no ha sido suficiente para espolear las conciencias de quienes nos gobiernan o de quienes aspiran a hacerlo: brilla por su ausencia por lo menos un “pacto de mínimos” que venga a atajar con remedios fehacientes la escalada de casos, los mismos que vuelven a meternos el susto en el cuerpo porque se muestran de nuevo incontrolables a todas luces. Sigue en el limbo para nuestro temor creciente ante la nueva escalada del virus un Consejo Nacional de Expertos en COVID-19 que venga a poner coto a las desavenencias políticas ante un problema de salud tan candente como destructor y que reclama medidas para controlar y hacerle morder el polvo, más temprano que tarde.

Sobrepasamos con creces un terrorífico balance, y no podemos pasar por alto que brilla por su ausencia un pacto entre los dos partidos más significativos del arco parlamentario, a saber PSOE y PP, para hacer frente aunando fuerzas contra la pandemia. ¿Han entendido nuestros gobernantes la gravedad del momento que atravesamos? ¿Han entendido su ineludible responsabilidad? ¿La hemos entendido todos?

Es de esperar que así sea: ante un panorama desolador y dicho de forma más abrupta”acojonante”, no queda otra. El fantasma de la muerte nos ronda y sobrevuela. Se hace más presente en los centros sanitarios, éstos que de seguir así volverán colapsarse, con lo que existe el temor fundado de que haya muertos en las vías urbanas, cuando no en los mismos hogares, no digamos en las residencias de ancianos en donde las defunciones diarias se multiplican sin cesar. ¿Qué es un panorama aterrador? Lo es, pero a todas luces probable.

Hay que recalcarlo: la responsabilidad es de todos. La de usted y la mía: la de todos. Ante un panorama desolador y dicho de forma más abrupta, no queda otra. El fantasma de la muerte nos ronda y sobrevuela. Se hace más presente en los centros sanitarios, éstos que de seguir así volverán colapsarse, con lo que existe el temor fundado de que haya muertos en las vías urbanas, cuando no en los mismos hogares, no digamos en las residencias de ancianos en donde las defunciones diarias se multiplican sin cesar. ¿Qué es un panorama aterrador? Lo es. A todas luces probable para nuestro pesar. Se erige sobre todos una sombra fatídica que hemos de soslayar y para ello hemos de arrimar el hombro para lograr que tras un cielo obscuro y tenebroso se sobreponga otro claro y esperanzador. Es un deber de todos inexcusable.