Es público y notorio que las disputas entre gerifaltes de unos u otros partidos políticos, por mucho que se empeñen estos en reclamar para ellos la atención de la plebe, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, lo que prima en ellas gira en torno a la posible vacuna que venga a solventar una amenaza que gravita sobre nuestras cabezas y de, momento, sin poderse soslayar. Más allá de las trifulcas políticas y las diatribas de partidos de uno u otro color, al común de los mortales lo que de veras les preocupa es que se vislumbre en el horizonte la esperanza de que una o varias vacunas (que haya en donde escoger sería lo deseable) vengan a poner freno de una vez por todas a la temida pandemia que viene segando vidas de manera inmisericorde.

Que la humanidad respire aliviada es lo que importa ahora acá y acullá, y no se tiene por menos echar en saco roto las diatribas políticas que, ahora más que nunca, a nada conducen. Lo que nos urge porque nos desasosiega es que podamos tener acceso a vacunas seguras que vengan a sacarnos de este impasse de miedos y zozobras en los que nos encontramos inmersos se quiera que no. Sin embargo, y vaya esto por delante, hemos de tener en cuenta que casi la mitad de los españoles muestran sus dudas a la hora de decidir o no inyectarse la vacuna; es de lo que alerta el Centro de Investigaciones Sociológicas(CIS) a raíz de un muestreo llevado a cabo días atrás.

Dimes y diretes de los políticos no parcen que calen mucho en el pueblo llano, ese que espera con natural ansiedad que en la próxima primavera podamos todos respirar a pleno pulmón tras haberle hecho morder el polvo al maléfico virus. Puede que la economía del país se haya resentido por mor de los aciagos tiempos vividos y que los vaivenes políticos que hemos tenido que soportar nos pasen factura, pero alejado al fantasma de la muerte que planeó sobre nuestras cabezas, volvamos a transitar por la senda de la tranquilidad y el progreso que nos era común antes que los desastres del virus viniera a torcer nuestros destinos.

Puestos a valorar la eficacia de las vacunas que están en el candelero y su facilidad para transportarlas a todos los confines del mundo sin grandes problemas de logística o conservación, la que gana adeptos en España es la producida por la farmacéutica Pfizer. Es esta a la que se ha apuntado el presidente Sánchez, merced a que su afectividad puede alcanzar un esperanzador 95%, algo que, sin duda, la hace señera a la hora de discernir entre las demás que ya pululan en buena parte de nuestro hemisferio norte.

Un temor que nos sobrevuela a quienes ya llegamos con creces a la cima de los setenta años es si los efectos benefactores de una vacuna en nuestra por fuerza desgastada constitución corporal surtirá los efectos esperados y por los que suspiramos abiertamente. Hay consideraciones diversas al respecto. Pero nos quedamos, como si nos sujetásemos a un hierro candente, con las consideraciones que la firma Pfizer ha hecho públicas: su vacuna muestra una eficacia cierta en aquellos que columbran más de 65 años. Con esa esperanza en el horizonte nos congratulamos quienes ya peinamos copiosas canas o lucimos relucientes calvas. Estos que tememos al malhadado virus como a una afilada espada que se blandiera sobre nuestras cabezas con ánimos de cercenarlas. Confiemos expectantes y esperanzados en que la ansiada y eficaz vacuna venga más pronto que tarde.