No hay país en el mundo que, hoy por hoy, no cifre sus esperanzas en conseguir que la ansiada vacuna de la Covid-19 se pueda administrar entre sus habitantes. Por ella, para que venga más pronto que tarde a sus dominios, los gerifaltes de cada lugar ansían poseerla cuanto antes, sabedores de que sus súbditos se lo agradecerán en grado sumo. Existe una lucha titánica, esa que mantienen los países con mayores recursos económicos para hacerse cuanto antes con un remanente que venga a poner a salvo toda su población.
A este tenor temores y dudas nos asaltan : ¿habrá vacunas para todo el mundo? ¿No la acapararán los países ricos en detrimento de los menos favorecidos por la fortuna? Pinchazos por doquiera, pero mucho es de temer que sean muchpos los que tengan que esperar la profilaxis esperada por no tener acceso a ella con la premura que lo puedadn hacer en los países con economías más boyantes.
Los más potentes Estados , a saber EE.UU., Canadá o Auastralia, entre otros de inmensas posibilidades económicas, los cuales materializan alrededor del 14% de la población mundial, acaparan más del 50% de las vacunas que han visto la luz, o, lo que es lo mismo, se han hecho con más de la mitad de las que hasta ahora existen. Más de 3.800 millones de dosis han ido a para a estos países ricos, mientras que los que cuentan con escasos recursos dinerarios solo han podido acceder, pese al impulso de la OMS que ha salido al quiebro en defensa de los menos favorecidos por la diosa Fortuna, una cantidad que no sobrepasa los 700 millones. Como cabía esperar por ser del todo axiomático, a los pobres les toca esperar y recoger las migajas de los más poderosos. Una ley no escrita, pero que se evidencia como real en cualquiera circunstancia y que también en estos procelosos momentos se ha hecho con una evidencia palmaria.
Se cuentan por millones las personas que, hoy por hoy, esperan las vacunas como agua de mayo para hacerle un quiebro al virus y driblar sus fauces. En ellas tenemos puestas todas nuestras esperanzas, aún asumiendo que podrían ocasionarnos efectos secundarios. Pero en contra de estos últimos temores se alza la certeza proveniente de fuentes médicas autorizadas de que son del todo infundados. O si lo tienen sirven, según dichas apreciaciones, para esquivar o vencer al enemigo implacable porque la constitución humana ha creado defensas capaces para, merced al pinchazo que se nos ha administrado como arma letal contre el común enemigo, sortear el latente peligro.
Se palpa una fe ciega en que las vacunas vendrá a sacar al mundo del impass en el que se encuentra, tanto porque son muchos los que piensan que los resultados de inocularse ya sea por aprensión, ya por una fe ciega en que el pinchazo surtirá efectos en su constitución, y por ende, ha de ofrecer resultados satisfactorios. Tras los negros nubarrones que nos sobrevuelan a tenor de la implacable amenaza del fatídico virus, un cielo más limpio parece que tome realidad sobre nuestras cabezas. Anhelábamos que un pinchazo viniera para hacernos ver un futuro inmediato más halagüeño y todo parece indicar que ya está a la vuelta de la esquina. Cristaliza la esperanza.¡Loado sea Dios!.