Se trata de suprimir de un tachón las figuras amables y bonachonas de los dos mamíferos que hasta ahora habían venido siendo imprescindibles a la hora de montar el Belén de cada Navidad, ya fuese en la iglesia parroquial, ya en el seno del hogar.
La mula y el buey han caído en desgracia porque el Sumo Pontífice, Benedicto XVI, en su exhaustiva biografía de la vida de Jesús, digna de todo encomio por su altura de miras intelectual y religiosa, ha dictaminado que la pareja jamás estuvo presente en el más alto acto del cristianismo: El nacimiento del Mesías. Para los amantes de las tradiciones es de suponer que el parecer del Vaticano ha supuesto un serio varapalo.
Otra cosa es que se siga al pie de la letra el veredicto, porque aquéllas suelen ser indestructibles. Nacen en el pueblo y en él permanecen desafiando las leyes del tiempo y de los hombres. Pueden ser caprichosas o confusas, pero tienden a permanecer perennemente. ¿Puede cambiarse el paisaje que constituyen las señas de identidad de una región? ¿Pueden soslayarse los tostones de castañas en los pueblos dones de castañas en los pueblos dela Serraníade Ronda, apenas apunta el mes de noviembre? ¿Puede suplantarse el calor en verano y el frío en invierno? Pues de la misma manera ocurre con las tradiciones, tan arraigadas como los sucesos dela Naturaleza.
Y que quede ahí la cosa, porque hasta podíamos perder ala Estrellade Oriente, o a los Reyes Magos. Con lo que daríamos alas a las tradiciones impuestas desde fuera, como el risueño barrigón Santa Claus y sus renos, o el multicolor árbol navideño, que ya se disputan rincones en el hogar.
Foto: Belén sin mula ni buey (Diario SUR)