Quizás eso sea lo que haya qua hacer ahora, cuando todo el mal está hecho y solo quepa no tropezar con la misma piedra en el futuro. De nada valen ya las lamentaciones y el “tú más” o el “tú también”.
Que paguen los culpables de los desafueros cometidos y que nos hundieron en el infortunio, algo que no hay que echar en saco roto – más nos vale, para prevenir calamidades en el futuro -, pero que los políticos, los de raza, que es de suponer que queden entre tanta mediocridad imperante, unan esfuerzos y luche codo con codo a sacarnos del atolladero. Esto lo que se espera tanto dentro como fuera.
Que se acaben las trapisondas entre partidos y de verdad acepten las reglas justas del juego, a saber, la defensa a ultranza de los intereses del ciudadano en sanidad, educación, pensiones; en definitiva en el bienestar social por el que apostaron cuando era la hora de obtener el voto, pero que se postergó por intereses partidistas. Que se abran las mentes y florezca el diálogo: claro, determinante, sincero.
Ahondar en las causas del naufragio y enderezar el rumbo de la nave en singladura más halagüeña. Es lo que cabe pedir y obtener en aras del bien común. Los españoles somos expertos en enfrentarnos a las calamidades y remontar en tiempos difíciles y azarosas circunstancias.