El destino, tan versátil, tan cruel tantas veces, ha querido sumir en el dolor a unos padres que han visto con horror en la cabalgata de los Reyes Málaga algo tan impredecible – ¿lo era en un tumulto en el que jamás ocurrió nada, pero que podía suceder cuando se han dado la mano la bulla y la fatalidad? –  como que un niño de corta edad se metiera bajo las ruedas de un carruaje para atrapar una golosina. Cegó su  vida en una noche  mágica y de ensueño en la que este tipo de suceso  nos descabalga de la convicción de cómo deberían transcurrir las cosas, y se  nos restriega que no hay leyes que impidan que ocurran de otra forma tan alejada de lo esperado. Se cruzó el fatum e impuso su ley cruel en la noche más larga y esperada, ahora la más triste para los que sufrieron la tragedia.

  Sería inútil y descabellado buscar culpables de tamaña y fatal desgracia (aunque sí se debería  exigir arbitrar  precauciones para que no vuelva a ocurrir en el futuro).

  Resolvió Séneca que “el destino, la fatalidad existe y el azar”, y un casi coetáneo suyo,  Virgilio, sentenció que” lo que ha de de suceder, sucederá”. Pero esos dichos de gente sabia jamás podrán mitigar el dolor de unos padres que han sentido en sus carnes el desgarro de perder  a un hijo en una noche en la que no se podía esperar mayor incongruencia que la de la fatalidad viniendo a truncar el acontecer de unos momentos felices y la dicha de su ser querido en pos de una ilusión.