Viene a cuenta de las últimas informaciones aparecidas sobre lo generosos que algunos promotores eran con responsables políticos y judiciales el recuerdo de algo que sucedió durante las pasadas navidades, cuando la gestora llevaba ya ocho meses al frente del Ayuntamiento y los constructores desfilaban por las oficinas de Urbanismo para intentar regularizar sus abusos urbanísticos.
Se acercaba ya la Navidad cuando aparecieron dos gigantescas cestas de regalo traídas por un mensajero. Como destinatarios figuraban el entonces vocal de Urbanismo, Rafael Duarte, y el asesor que éste había nombrado, Javier de Luis. El generoso remitente: el empresario Tomás Olivo. Cuentan que los receptores no dejaron marcharse al mensajero. Le dieron instrucciones para que devolviera las cestas. No había pasado mucho tiempo cuando una de las secretarias de Urbanismo recibió una llamada, no en el teléfono de la oficina, sino en su móvil privado. Era Olivo, que quería hablar con De Luis para afearle su conducta. Estaba indignado porque se le hubieran despreciado los regalos.
Pero si algo explica cómo se veían, y posiblemente se sigan viendo las cosas en las oficinas de Urbanismo –especialmente el concepto que allí se tiene de lo que está bien y lo que está mal– es la reacción que muchos de quienes allí trabajan tuvieron cuando supieron lo que había sucedido. Más de uno le echó en cara a ambos responsables políticos que no hubieran recibido las cestas. «Si ustedes no las querían –les dijeron– nos las hubieran dado a nosotros».