Uno de los peores errores que se pueden cometer es el de no saber elegir las compañías. A veces el error se detecta a tiempo y se puede rectificar. En otras ocasiones, cuando el afectado se da cuenta ya es demasiado tarde.
Es difícil saber qué pasó por la cabeza del juez Francisco de Urquía cuando en el juicio que esta semana se celebró en Granada contra él mismo, su amigo Arnaud Fabrice A. el ex hombre fuerte de la ciudad, Juan Antonio Roca, este último exculpó a Arnaud y cargó toda la culpa sobre el magistrado. Posiblemente se trata de una lección que el juez ha aprendido tarde, si es que lo ha hecho, pero en ciertos ambientes no existen los amigos, sino los cómplices o en todo caso los socios, y los favores nunca salen gratis.
Tanto el sumario del caso que investiga los posibles favores judiciales de De Urquía a Roca a cambio de dinero –cuyo juicio se celebró la semana pasada en Granada– como el que investiga la actuación del juez durante la instrucción del ‘caso Hidalgo’ sitúan a Arnaud como un presunto intermediario. Un conseguidor.
Durante las tres sesiones del juicio, Roca y Urquía no se dirigieron la palabra, pero Arnaud demostró que se lleva tan bien con uno como con otro. Intercambió sonrisas y conversaciones apartadas con ambos, y desplegó todo su repertorio de relaciones públicas de discoteca hasta con la agente judicial, a quien surtió de botellas de agua fresca a lo largo de una de las calurosas sesiones. Con la sonrisa en la boca y el traje impecable. No sabemos si Roca y De Urquía se reconciliarán en el futuro, pero si lo hacen ya sabemos quién será el intermediario.
En los juicios se acabará decidiendo si el papel que este personaje jugó en las tramas que se investigan es punible o no. Pero antes de conocer el resultado de las sentencias ya se puede avanzar que en algunos rincones de Marbella es mejor salir corriendo cuando alguien se ofrece a conseguir algo desinteresadamente. Y que cuando uno mismo no es capaz de conseguir lo que desea, mejor es abstenerse que recurrir a un conseguidor.
Pero si algo llamó la atención en el juicio fue la intervención final de Roca, cuando advirtió de que «a partir de ahora» va a decir siempre la verdad aunque le perjudique. De su alegato pueden resaltarse dos cuestiones: una es que si cuando va a decir la verdad es a partir de ahora, ello supone reconocer que hasta este momento no ha hecho otra cosa que contar mentiras. Ya lo suponíamos. La segunda es que la primera vez que supuestamente ha dicho la verdad le ha resultado rentable. La presunta confesión de que pagó al juez personalmente, sin intermediarios, 73.000 euros no sólo le ha valido para intentar apartar a su amigo Arnaud de la causa, sino sobre todo para que el fiscal le rebajara la petición de tres a un año de cárcel. De momento, la coletilla «aunque me perjudique» no deja de ser retórica.
Hay quien ha leído en la declaración de Roca la amenaza de tirar de la manta en la apretada agenda judicial que le espera durante los próximos años. Pero de momento suena a bravuconada. Una más.
Y es que el personal comienza a estar con la mosca detrás de la oreja cuando al mismo tiempo que la Fiscalía niega haber pactado con Roca para conseguir un testimonio que sirviera como prueba para condenar al juez De Urquía, el propio Roca y Julián Muñoz aceptaban la pena propuesta por el caso Belmonsa y se reactivaba el pacto por los delitos urbanísticos con la firma de conformidad de seis ex concejales del GIL, entre ellos el propio Julián Muñoz, para aceptar condenas y evitar los juicios en ocho causas urbanísticas.
Aun reconociendo que la celebración de los juicios obligaría a gastar recursos que no sobran para llegar posiblemente al mismo resultado, ¿no son mejores la luz y los taquígrafos cuando se tratan causas en las que la perjudicada es un ciudad entera y donde no debe quedar nada sin esclarecer?