Alguien tenía que hacerlo, y Marbella ha sido la primera. Durante años, no pocos ayuntamientos han acudido a Fitur con expositores propios, como si la cantidad de metros alquilados en el Ifema fuera proporcional al interés que cada municipio ponía en el turismo.
Era un gigantesco ejercicio de hipocresía, porque al mismo tiempo que se gastaban centenares de miles de euros que se restaban a iniciativas de promoción con impacto real, los responsables municipales no dejaban de reconocer que se trataba de un gasto inútil. Cualquiera que haya cambiado impresiones con un político en Fitur ha escuchado la frase «No sirve para mucho, pero hay que estar».
Pues bien, el Ayuntamiento ha decidido que para estar en Fitur no es necesario gastarse 170.000 euros en un expositor que sólo sirve para decir «aquí estamos».
No se trata de restar importancia a las ferias turísticas. Pero solamente desde la ingenuidad se puede ignorar que la costumbre de instalar un expositor propio con el nombre de Marbella sólo nació para hacer propaganda del grupo que gobernaba la ciudad, exaltar la figura de su jefe y exhibir el dispendio de recursos que ocultaba el saqueo sistemático al que estaba siendo sometida la ciudad.
Sólo así podía entenderse el stand, que alejado del pabellón de Andalucía y en el último rincón de la feria, reproducía en cartón piedra el arco de entrada a la ciudad. Toda la estética hortera con que en no pocos ámbitos se identificó a Marbella desde que Gil y su banda se hicieron con el poder en la ciudad estaba sintetizada en ese expositor más dirigido al consumo interno que al mercado turístico y que no se verá en la próxima feria. La ciudad estará presente en Fitur, como no podría ser de otra manera, pero lo hará en el expositor del Patronato de Turismo de la Costa del Sol, dentro del pabellón de Andalucía.
En éste, como en otros asuntos, se demuestra que los recortes impuestos por la crisis ayudan a veces a poner un poco de cordura y a pensar mejor qué se hace con el dinero público. En ocasiones, las dificultades son buenas consejeras.
La cordura y los buenos consejos también han imperado en el hotel Los Monteros, donde el acuerdo ha abortado un conflicto de consecuencias imprevisibles para un establecimiento fundamental para Marbella que en los últimos años ha sobrevivido a duras penas a una realidad hostil.
Tras los 72 despidos de la semana anterior, empleados del hotel, muchos de ellos con importantes responsabilidades, confesaban en privado su desazón por el oscuro panorama de futuro. Sobre todo porque la decisión de los nuevos propietarios parecía obedecer más a una exhibición de testosterona que a una estrategia meditada. Si algún activo tienen hoteles como Los Monteros, más allá de sus instalaciones, más allá de su ubicación, más allá de su prestigio, es el saber hacer, la experiencia acumulada por los trabajadores -el ‘know how’ según el término importado que habitualmente se utiliza en el mundo de la empresa-, que se asienta con los años y que los nuevos sólo pueden asimilar trabajando codo a codo con los veteranos.
La decisión adoptada la semana anterior y anulada tras el acuerdo con los sindicatos y el comité de empresa no sólo creaba un ambiente irrespirable, también ponía a la ciudad entera en contra de los nuevos propietarios y situaba la resolución del problema sobre un foco equivocado. Pero sobre todo suponía prescindir de mala manera de una buena parte del principal activo con el que cuenta el hotel.
Muchas veces los empresarios pueden sentirse tentados de reemplazar mano de obra experimentada por sangre joven de coste laboral reducido. Pero el ‘know how’ (volvemos con lo cursi) no se aprende de un día para otro. Y menos en un hotel como Los Monteros, donde la atención al cliente no es sólo lo más importante, sino posiblemente lo único importante. Afortunadamente, la postura de los trabajadores unida a la reacción de los partidos, las instituciones y buena parte de la sociedad civil forzaron una negociación con los resultados conocidos: readmisión de los despedidos, pago de los salarios atrasados y negociación de un plan de viabilidad.
Es posible que la reacción unánime contra su decisión sorprendiera al propietario, que ha sabido rectificar. Sería bueno que supiera también que esa misma energía que tuvo en contra la tendrá a favor cuando se trate de apoyar a este emblema de Marbella para salir adelante.
También ha estallado la crisis del equipo de fútbol de la ciudad. Los presupuestos elaborados por los anteriores responsables del club estaban basados en una operación urbanística que tenía al estadio como epicentro. La operación no se hizo, los inversores desaparecieron, y ahí están los jugadores sin cobrar. Toda una metáfora.