La desaparición y muerte de la joven sevillana Marta del Castillo no sólo ha permitido alertarnos sobre lo profundo que la cultura que ampara a la violencia contra las mujeres ha calado en las capas más jóvenes de la sociedad. También nos ha recordado que el límite de la televisión basura es el mismo que Einstein calculó para la estupidez humana: ninguno.
Durante semanas, las cadenas exhibieron a cara descubierta a una niña de 14 años que explicó con pelos y señales cómo era su relación sentimental con el principal sospechoso del crimen.
Acabado ese filón gracias a la sensatez de un fiscal, ahora ponen todos los días sí y el restante también un micrófono delante del padre de la víctima y convierten su dolor en tema de debate permanente, del mismo modo que hicieron de la mujer defendida por el profesor Neira una indigna estrella retribuida con generosidad.
Por ello, es gratificante comprobar que la más reciente víctima de la violencia machista, el turista inglés que perdió la vista en una paliza cuando intentaba parar a las puertas de un pub de Marbella una agresión contra una mujer, ha regresado a su país sin que las televisiones y sus programas basura consiguieran localizarlo.
Ya bastante drama había tenido como para que encima lo revolcaran en la mierda.