La tragedia sobrevoló la semana pasada el colegio concertado Francisco Echamendi, donde la caída de un muro del centro escolar vecino, el colegio bilingüe Aloha, produjo graves daños que han obligado a clausurar el colegio hasta final de curso y trasladar a sus alumnos primero a la iglesia parroquial y después al centro cuyo muro originó el incidente que por suerte sólo se ha quedado en eso. Ver el escenario del derrumbe e imaginar qué podría haber pasado si se hubiese producido, por ejemplo, durante un recreo invita al escalofrío. Hacía tiempo que los padres del colegio perjudicado venían advirtiendo del mal estado del muro. Por eso, resuelto el trastorno que supone mudar a los niños en la recta final del curso, es necesario que se deslinden las responsabilidades que a cada uno le quepa en este suceso. Y asumir que una ciudad que se vanagloria de albergar a los mejores colegios privados de España no puede tener a los públicos y concertados en el estado en el que se encuentran.