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Héctor Barbotta

Marbella blog

Bienvenido míster Davis

Apagado el eco de la eliminatoria, el verano no hecho más que comenzar, pero el empeño y la preocupación que los organizadores pusieron para que todo saliera bien hizo suponer a más de uno que después de la Copa Davis no sólo se terminaba la temporada, sino que también se acababa el mundo.
Así de profunda ha sido la apuesta por este acontecimiento deportivo de tres días en la que la ciudad, y no sólo su gobierno municipal, se jugaba gran parte de su crédito. Acosada por años de malas noticias y desprestigio y con el emblema de la Marbella corrupta instalada en buena parte del imaginario colectivo, un acontecimiento de este tipo en pleno verano era la oportunidad de fijar una señal a partir de la cual marcar una nueva época en la imagen de la ciudad. Las valoraciones que ya comienzan a hacerse, incluidos los comentarios elogiosos de los periodistas deportivos, inducen a pensar que el objetivo se ha alcanzado.

Un par de desafortunados y oportunistas programas emitidos recientemente en televisión, donde se presentaba a Marbella como una especie de Gomorra, una meca de la prostitución de lujo donde parásitos y descerebrados de todo el mundo vienen a vivir noches de desenfreno y a gastar dinero obtenido al margen del trabajo, no sólo levantó indignación en quienes saben que la ciudad real está alejada de ese esperpento, aunque esa caricatura forme seguramente una parte mínima de una realidad mucho más compleja y rica. También hizo saltar las alarmas en quienes se preocupan por el lugar donde nacieron, viven o trabajan. Los problemas de imagen no se terminaron con Gil y sus secuelas, y no se reducen a cinco chismosos profesionales de la televisión basura, que según se ha visto gracias a estos programas no está acotada a los programas de cotilleos.
Estaba claro por ello que la oportunidad de la Copa Davis no se podía desaprovechar, pero también que la ciudad está frente a una batalla de largo aliento en la que esta competición deportiva no debe ser vista como una cumbre alcanzada con esfuerzo, sino como el fin de una etapa y el inmediato comienzo de otra.

No resultaría extraño que durante las semanas que precedieron a la llegada de los jugadores algún vecino se hubiese sentido como un habitante de Villar del Río en la inmortal película de Berlanga. No sólo por la increíble metamorfosis de la plaza de toros de Banús, las banderas españolas y alemanas que comenzaron a florecer por todas las esquinas, las plantas que poblaron los maceteros, los bordillos pintados con esmero o el arreglo de las aceras rotas. También por el lugar preeminente que la celebración del evento ocupó con fuerza en el discurso municipal y en la actualidad de la ciudad.
El gobierno municipal se lo tomó en serio, pero no sólo el gobierno municipal. La ciudad ha visto que es posible que administraciones de distinto signo se pongan de acuerdo cuando hay un objetivo compartido. La alcaldesa, Ángeles Muñoz, y el consejero de Turismo, Luciano Alonso, dieron señales que invitan a pensar que el sectarismo no figura entre sus defectos. En materia de seguridad, por poner un ejemplo que afecta a la administración del Estado, se pusieron, según una fuente en modo alguno sospechosa de interés partidario, el doble de efectivos de los necesarios para evitar que algún incidente empañara el acontecimiento.

Que todo haya salido bien, pese a los atascos de tráfico, no debe permitir la más mínima relajación ni el sentimiento de que después de la Davis se acabó el mundo.
Las avalanchas de todos los años equivalen a varias copas davis cada verano, y la televisión volverá a recordarnos que los problemas de imagen no se resuelven en tres días. Hace falta mucho trabajo y responsabilidad, y seguramente también nuevos desafíos, para impedir que este gran acontecimiento sea recordado en el futuro como el de una comitiva que sólo dejó al pasar una nube de polvo.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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