Tanto entusiasmo como reparos. El consejero de Innovación de la Junta de Andalucía, Martín Soler, anunció esta semana en Málaga que el Parque Tecnológico de Andalucía, cuya sede está en la barriada de Campanillas, tendrá una extensión en Marbella, más precisamente en la zona de Guadaiza, en San Pedro Alcántara.
Era de esperar, y seguramente así figuraría en los cálculos previos del consejero, que el anuncio levantara una aprobación generalizada en el sector empresarial y comentarios cargados de escepticismo entre los dirigentes del PP, especialmente en quienes dirigen el Ayuntamiento de Marbella. Los acontecimientos se sucedieron según se esperaba.
Si hace semanas que la guerra del agua viene poniendo en evidencia que los partidos han adelantado un año y medio la campaña electoral de las próximas municipales, ha llamado la atención que no se culparan mutuamente del incidente provocado por el novillo que se escapó de la plaza de toros y casi causa una tragedia, pero no que no tuvieran altura de miras acerca del proyecto que puede cambiar la configuración del tejido económico de Marbella. Desde el anuncio, realizado primero a los alcaldes socialistas de la zona en lugar de comunicarse en primer lugar al ayuntamiento afectado, hasta la cáustica reacción de la alcaldesa y pasando por la rueda de prensa ofrecida por el secretario provincial del PSOE, Miguel Ángel Heredia -uno de los políticos que más incurre en el vicio de mezclar lo partidista con lo institucional- todo ha formado parte de la misma dinámica. El dirigente socialista ofreció datos para augurar una ocupación plena en Marbella cuando se ponga en marcha la iniciativa, como si el perfil laboral y formativo de las personas que padecen el desempleo en la ciudad y el de los potenciales trabajadores de un centro tecnológico fuese idéntico. Heredia vino a decir que como en Marbella hay 12.000 parados y la extensión del Parque Tecnológico prevista en la ciudad creará 14.000 empleos, la ciudad tendrá desempleo cero. Si el compromiso de Heredia es el de una descomunal inversión en formación que permitirá convertir en ingenieros a los trabajadores de la construcción actualmente en paro, no hay nada que objetar. Si no existe tal compromiso, se trata de un brindis al sol, una manipulación de los datos que pone a la política en su peor lugar.
No fue mucho mejor la respuesta del Ayuntamiento. Es cierto que existen motivos para el escepticismo, y posiblemente el mayor argumento en ese sentido, tal y como citó la alcaldesa, lleva el nombre del corredor ferroviario de la Costa del Sol. Pero seguramente ayude poco recurrir al sarcasmo cuando queda por delante la obligación de ponerse de acuerdo en un proceso que será complejo y difícil. El trecho que va del cinismo al pesimismo no suele ser muy largo, y desde el pesimismo no se puede gestionar una ciudad.
Es una pena que la actitud de unos y otros no haya permitido aún estimar en toda su dimensión lo que un proyecto como éste puede suponer para Marbella. Si la ciudad se hubiese tomado el tiempo necesario para reflexionar en profundidad sobre lo que sucedió en los años del gilismo, seguramente se hubiese valorado la trascendencia del proyecto anunciado por el consejero.
Desde mediados de los años noventa, una vez superada la anterior crisis, la configuración productiva de la ciudad experimentó un cambio profundo que supuso que el turismo dejara paso a la construcción como principal actividad económica. Una construcción ligada al turismo y que dio en llamarse turismo residencial, pero que no sólo se llevó mano de obra de una actividad a la otra -con lo que muchos jóvenes perdieron la oportunidad de formarse en la hostelería a cambio de las mayores retribuciones inmediatas que ofrecían la pala y el ladrillo-, sino que llenó la ciudad de departamentos que contribuyeron decisivamente a rebajar el peso de los hoteles en la creación de riqueza. Como producto de aquel proceso descontrolado, hoy hay numerosos hoteles en dificultades, muchos de ellos emblemáticos, y cientos de pisos vacíos cuyos propietarios se han desentendido porque han asumido que no pueden permitirse el lujo de pagar y mantener una segunda residencia a dos o tres mil kilómetros de distancia.
La virulencia con que la ciudad está sufriendo la actual crisis global es una consecuencia de ese proceso, que evidentemente no fue producto únicamente del gilismo aunque el calculado desorden urbanístico propiciado por la banda que gobernó la ciudad constituyera un factor que lo potenció. Por ello, la posibilidad de que el Parque Tecnológico tenga una extensión en Marbella no es la panacea que traerá el pleno empleo, pero sí una oportunidad para rebelarse contra la dictadura de la construcción que tanto ha perjudicado a la ciudad.
El proyecto está todavía en fase embrionaria, y antes de concretarse deberá sortear todavía numerosos obstáculos. En atención a la importancia de lo que se cuece, no está de más exigirle a los responsables políticos que la desconfianza y la deslealtad institucional no sea el mayor de ellos.