Es difícil sustraerse de los tópicos cómodamente instalados no sólo en el inconsciente colectivo, sino también en la conciencia cómoda de quienes han renunciado al esfuerzo de construirse un paisaje propio de ideas. La noticia de que un comercio de Marbella ha sufrido un robo nocturno y que los ladrones se llevaron treinta kilos puede llevar la imaginación a sofisticados delincuentes con un botín de joyas y divisas. Pero los hechos están más pegados a la realidad y a los días que tocan vivir. Los delincuentes no están trabajando para colocar el producto de su acción en el mercado negro de las piedras preciosas, porque el comercio asaltado es un humilde puesto del mercado de San Pedro, y el botín son treinta kilos de carne. A saber: higaditos de pollo, chuletas y costillas de cerdo, aguja de ternera, lomo de cabeza, lomo ibérico, chorizos y hamburguesas.
No se sabe si las pesquisas policiales deberán enfocar ahora hacia un improbable mercado negro de carne o si algún parado de la zona ha decidido que cualquier medio vale si el fin es pasar unas fiestas navideñas sin estrecheces, y seguramente sea aventurado todavía evaluar si estamos ante un caso aislado o frente al primer episodio sintomático de una realidad social preocupante. Lo que sí es seguro que el invierno que se dispone a entrar será el más difícil de los que se tiene memoria reciente, y que si es por síntomas preocupantes, Marbella no escapa a la realidad general.

Los nuevos propietarios del hotel La Quinta, un cinco estrellas abierto con boato nueve años atrás junto a uno de los mejores campos de golf de Marbella, han optado por transformar al establecimiento en un hotel de temporada. Igual que los hoteles de Benidorm o Palma de Mallorca, han decidido que el turismo es un fenómeno de verano, y sus trabajadores, jornaleros que en los meses de frío deben buscarse la vida en otra actividad.
Seguramente la situación es mala, pero cabe preguntarse si es tan mala como para olvidarse del golf como la gran apuesta contra la estacionalidad y para resignarse a asumir con buen humor la posibilidad de un mercado negro de comida.