Cuentan los más memoriosos que en la era dorada de Roca había momentos en los que era imposible utilizar algunas de las fotocopiadoras de las oficinas de Urbanismo de Marbella. Las pobladas cestas que en esta época del año los promotores agradecidos enviaban a los trabajadores de ese departamento municipal invadían despachos, zonas comunes y pasillos.

La operación policial que acabó con el reinado del Jefe permitió conocer algunos detalles de cómo se movía aquello y quitarlos del ámbito de la leyenda urbana para instalarlos en el de la realidad que salía a la luz. Hubo quien informó de que la lista de los que debían beneficiarse de la generosidad empresarial salía del único despacho donde se adoptaban las decisiones. Hubo también quien se tomó el trabajo de confrontar la lista de constructores imputados con la de los filántropos de espíritu navideño. Coincidían. Más tarde, los regalos nutrieron un capítulo memorable del sumario malayo con detalles sabrosos que no convendría dejar caer en el olvido.

Después se vivió algún capítulo más digno, como cuando durante el mandato de la gestora las dos únicas cestas que llegaron a la Delegación de Urbanismo fueron devueltas ante el malestar indisimulado de quien las había enviado y el disgusto de algún funcionario descarado que echó en cara el gesto ejemplar: «Si tú no la quieres, dámela a mí».

Esta semana han vuelto a llegar cestas navideñas a las dependencias de Urbanismo de Marbella. No son tantas como las que se recibían en las épocas que algunos todavía echan de menos. Las envía un promotor que sale victorioso del nuevo Plan General y que parece haber firmado una alianza con el poder municipal impensable hace sólo un año.

No hay un código ético que impida a los funcionarios de áreas sensibles recibir jamones y cajas de vino, pero Marbella debería tenerlo. El espíritu navideño no es incompatible con el respeto a los vecinos. Tampoco con la estética.