Hay quien cree en los milagros y quien prefiere hablar de casualidades, buena suerte o astros alineados. Por eso, son muchas las explicaciones que pueden encontrarse para que el casco antiguo de Marbella, uno de los tesoros históricos, arquitectónicos y urbanísticos más valiosos y menos valorados de la provincia haya sobrevivido al ciclón megalómano que se abatió sobre la ciudad durante quince años.
Quienes visitan Marbella disfrutan hoy casi del mismo casco antiguo que podía verse hace dos décadas, y eso a pesar de que en ese tiempo la ciudad padeció todo tipo de tropelías. Son conocidas: bloques en zonas verdes, hoteles nuevos levantados en vertical frente a los hoteles de estilo mediterráneo que hicieron de Marbella una referencia indispensable del buen gusto, playas cercenadas para construir un paseo marítimo de mármol y bloques desproporcionados, o la masificación de Puerto Banús con cines, discotecas y restaurantes de franquicia.
Por qué el casco antiguo de Marbella sobrevivió a todo ese festival no ya del ladrillo, sino de la exaltación de lo hortera es un misterio, un milagro, una casualidad o como se lo quiera llamar.
Ahora el Ayuntamiento se dispone a aprobar una serie de normas estéticas de obligado cumplimiento que son un canto al sentido común: No podrá haber fachadas de colores oscuros, ni acabados brillantes o metálicos; se prohíbe el mármol o el granito, y las rejas en viviendas y locales deberán ser verdes o negras.
La iniciativa tiene su valor, porque después de haber resistido el casco comienza a ofrecer síntomas de debilidad. El comercio se muda a las grandes superficies y la vida cultural en su entorno se apaga. El casco antiguo de Marbella, como los centros históricos de muchas otras ciudades, languidece ante la falta de impulso con la que se afrontan los cambios en las costumbres, y harán falta iniciativas innovadoras para impedir que la inercia acabe engullendo lo que no se pudo tragar la barbarie gilista.
De momento, para comenzar, deberá seguir pintado de blanco. Inmaculado.