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Héctor Barbotta

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Se supone que forma parte del peaje que hay que pagar por vivir en una ciudad que ha hecho de la calidad de vida su mayor atractivo, donde nadie se siente de fuera y a nadie se le pregunta de dónde viene: de vez en cuando alguna operación policial recuerda que entre la mayoría de vecinos decentes se esconde algún puñado de indeseables.
La operación policial de la semana pasada, en la que se detuvo a 18 personas al parecer integrantes de una organización criminal irlandesa y se realizaron un centenar de registros, no sólo vino a recordar el coste que debe afrontar un sitio donde a gente de todo el mundo le apetece vivir, sino también lo siniestro de aquel postulado que formuló en su día Jesús Gil, cuando dijo que le daba igual de dónde sacaran el dinero los ricos cuyas fortunas tuvieran un origen dudoso siempre y cuando se gastaran el dinero en Marbella. Hace tiempo que ha quedado demostrado que no existe separación geográfica posible entre los lugares donde los criminales residen y donde cometen sus actos delictivos. El rastro de sangre siempre les acaba acompañando.
La actuación de la policía, cuya investigación tuvo origen en un crimen cometido hace algunos meses, no en Dublín ni en Corck sino en la Costa del Sol, es un buen ejemplo de ello. Por eso, aunque seguramente alcanzar una limpieza absoluta es un objetivo que se acerca mucho a la utopía, la ciudad no debe renunciar a separar la paja del trigo y mucho menos dejar de recordar que este tipo de vecinos, generalmente escondidos bajo el camuflaje de respetables ricachones retirados, constituyen un peligro para toda la sociedad.
Hasta que la profilaxis sea completa, posiblemente sea inevitable que Marbella deba soportar la retahíla de tópicos y comentarios absurdos que parecen surgir cada vez que un capo residente en cualquier lugar de la Costa cae en manos de la policía.
Por ello sería ingenuo ignorar que este tipo de operaciones, aún con su necesario efecto de limpieza social a largo plazo, tienen también alguna repercusión negativa en el corto para la imagen de la ciudad, porque vienen a recordar un problema que existe. Es de esperar que algún día Marbella logrará superar los problemas de imagen que arrastra, pero hasta entonces habrá que seguir escuchando tópicos dañinos. Especialmente en los próximos meses, cuando se sucedan los acontecimientos previstos en la agenda judicial.
Por eso toda ayuda en ese campo no sólo es bienvenida, sino también necesaria. Y también por eso resulta imprescindible que alguien advierta al presidente Griñán de que en lo posible intente evitar lapsus como el que tuvo el pasado jueves en el Parlamento Andaluz, cuando presumió de no venir por aquí.
Las campañas en las que el Gobierno autonómico invierte millones para limpiar el nombre de Marbella serían más creíbles si el propio presidente de la Junta no repitiera alegremente los estereotipos que lo ensucian una y otra vez.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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