Mil quinientos periodistas para cubrir el rescate de 33 mineros constituyen un desequilibrio tan evidente que pueden dar lugar a varias reflexiones: la primera es que el mundo entero está pendiente de la epopeya del rescate; segundo, que los humanos estamos necesitados de historias que permitan recuperar la fe y la confianza en la especie; y tercero, que habrá periodistas que tendrán que esperar un mes y medio o irse sin entrevistar a ningún minero.
La envergadura de esta historia, sin duda la gran historia humana del año, justifica por sí sola la dimensión de la cobertura -en la que algunos han hecho negocio con andamios para las cámaras de televisión que se alquilaban a 600 euros o tiendas de campaña cinco estrellas para dormir a razón de 300 euros la noche-, y ha permitido a no pocas personas informarse de dónde cae la puna de Atacama, uno de los lugares más inhóspitos del planeta y que volverá a ser ignorado a partir de la semana que viene en la misma medida en que lo será la suerte de quienes se ganan la vida jugándosela a cientos de metros bajo tierra.
La proporción de 45 informadores por cada protagonista de la noticia es casi la misma que se dio en los juzgados de Marbella con motivo de las comparecencias de Julián Muñoz, Maite Zaldívar, e Isabel Pantoja. Los tres fueron citados para recibir la notificación de la apertura de juicio oral en la causa que se les sigue por blanqueo de dinero, lo que demuestra que para la opinión pública no sólo interesan los asuntos más sublimes, sino también los más vulgares.
Queda por ver si pasado el terremoto informativo, algunos de estos individuos retornan al anonimato del que nunca debieron salir. Sería lo deseable, porque mientras la puna de Atacama ha ganado celebridad gracias a personas nobles, humildes, heroicas y admirables como las que ayer pudieron al fin ver el sol, sigue siendo una pena que se vuelva a hablar de Marbella por personajes que deberían estar a la sombra.