Durante años Marbella funcionó como paradigma de la picaresca institucionalizada y también como exculpación para quienes despreciaban la ley en otros puntos de la geografía pero tenían a mano a esta ciudad como coartada, el ejemplo perfecto de que había un lugar donde, por comparación, sus pecados parecían mas veniales.

Además, durante los años recientes y a rebufo del friquismo más zafio -el legado del gilismo no es solo miseria económica y catástrofe urbanístico-ambiental, también hay herencia cultural-, Marbella ha acogido a personajes de la más rancias pelambres que confundieron excentricidad con chabacanería, originalidad con ausencia del sentido del ridículo, singularidad con patología antisocial.

Fue en este Ayuntamiento donde se vio como un signo de distinción que Gil comprara un Rolls Royce con dinero público, donde Yagüe lució su ordinariez disfrazada de opulencia, donde Rodríguez Menéndez y Yola Berrocal anunciaron candidaturas de promoción absurdas. Huelga citar los motivos por los que Marbella necesita despegarse de cualquier iniciativa que nos retrotraiga a esos personajes.

La combinación entre ambos factores que desgraciadamente se siguen asociando a Marbella, el incumplimiento sistemático de la ley con la libertad como coartada y la exaltación de una singularidad casposa, han vuelto a resurgir esta semana para devolver a la ciudad a un primer plano que ni su imagen ni su economía necesitan. Ha sido en Marbella donde el propietario de un restaurante ha anunciado que no piensa respetar la ley antitabaco. Ha habido denuncias de incumplimiento en todos los rincones de España, pero ha tenido que ser aquí donde un empresario ha puesto un cartel en el que se jacta de pasarse la ley por el forro.

«Tenía que ser en Marbella», se ha vuelto a escuchar . Y puede haber quien piense que no es casualidad. El propietario del asador Guadalmina ha recordado viejos tiempos. Ha recurrido al carácter privado de su negocio para elegir qué normas respeta y cuáles no y ha puesto a sus trabajadores en situación de rehenes. O se le permite saltarse la ley o cierra el negocio y los deja en el paro. Puro discurso gilista.

Ha agregado otro elemento que también recuerda al alcalde nefasto. Se ha erigido en paladín de la oposición y de los derechos de los empresarios. En el líder de la desregulación. Un controlador aéreo sumergido en humo de brasas y puro.

Su forma de defender la libertad de empresa y de protestar contra los desatinos del Gobierno, como ya plantearon los controladores, consiste en incumplir la ley y en perjudicar a terceros. En su caso, en exponer a los clientes desprevenidos y a sus empleados-rehenes a los riesgos del tabaquismo pasivo y en situar a su restaurante en el centro de una promoción con la que jamás podría haber soñado. A costa de Marbella. Todos perjudicados menos él.

Si algo indigna de esta maniobra publicitaria disfrazada de cruzada antisistema, además de que vuelve a poner a la ciudad en el lugar que menos necesita con el consiguiente perjuicio para todos (comenzando por los empresarios), es la coartada ideológica. La defensa de la libertad no tiene nada que ver con el incumplimiento de la ley. Desde que la democracia alumbró los modernos estados liberales sabemos que la libertad no puede ser la excusa para incumplir las leyes, porque es precisamente el respeto a la ley lo que hace posible la libertad.

Si algo hay que reprocharle a los políticos es que desde que sus malas prácticas y su desvergüenza los convirtieran en un problema, el más grave para uno de cada cinco españoles, crearon un caldo de cultivo que da alas a personajes como el del asador. Porque habrá algún ingenuo que piense que yendo a comer a ese restaurante, participando en esta campaña de promoción de un negocio privado, está haciendo oposición contra el Gobierno en particular y contra los políticos en general. La versión celtibérica del ‘tea party’.

Por eso, no está de más advertir que hay un problema más grave que los políticos: los salvadores que llegan para prometernos que podemos librarnos de ellos. Y de las leyes.