Si los turistas condujeran en sus ciudades de origen como lo hacen cuando se van de vacaciones, lo que se ve en Marbella por estos días invitaría a pensar que Madrid, Bilbao, Londres o Casablanca son ciudades peligrosísimas en las que lanzarse a la calle con un vehículo debería ser considerada una iniciativa de alto riesgo.
Sucede siempre que llega el calor. Las calles de Marbella son ganadas no solo por vehículos de las más diversas procedencias, sino también por una acusada relajación por parte de no pocos conductores que consideran que cuando ellos están de vacaciones todo el mundo lo está, y que también la cortesía y los buenos modales merecen un descanso. Por lo tanto no hay motivos para la prisa a la hora de rescatar a un coche bloqueado por otro plácidamente aparcado en doble fila, ni razones para el enfado cuando la travesía de la Milla de Oro es confundida con la recta de un circuito creado para exhibir la velocidad que pueden alcanzar los bólidos de lujo de procedencia italiana.
Muchas veces de poco sirve recabar la intervención de la autoridad, que también tiene derecho a relajarse y no andar exigiendo el respeto a las normas de quienes no han hecho otra cosa que venir a disfrutar.
Habrá que resignarse. No es que en invierno todo el mundo sea Einstein, pero a veces es como si el calor derritiera las neuronas. Las televisiones rescatan series olvidadas que no han resistido el paso del tiempo o, peor aún, crean programas retransmitidos desde alguna playa que no pueden verse ni tan siquiera poniendo la mente en blanco. Se llama a eso programación de verano. Se tararea algún ritmillo creado también para escucharse con la mente en blanco que se bautiza como canción del verano. Y se acaba soportando día tras día a aquellos que a quienes el resto del año se les denomina domingueros, pero que en esta época habría que llamar conductores de verano.