Marbella ya tiene taxímetros. Es motivo para alegrarse, no solo porque es mejor para los usuarios del taxi, los habituales y los turistas –que ahora no se tendrán que seguir sorprendiendo al encontrarse con un sistema de pago de hace medio siglo– sino también porque es un paso más en la normalización de la ciudad.
Cuando el Ayuntamiento de Marbella recuperó la decencia en abril de 2006 se habló primero, con las elecciones del año siguiente, de normalización política, que consistía básicamente en que el alcalde o alcaldesa despachara en la Alcaldía y no el Club Financiero, que ocupara su tiempo atendiendo asuntos municipales y no defendiéndose en los juzgados y que no se dedicara a insultar o amenazar a todo el que le llevara la contraria. También que los concejales sentados en el salón de plenos fueran personas sin currículos delictivos a sus espaldas.
Después se abordó la normalización urbanística, que consistió en dar por bueno casi todo lo que se había hecho antes e imponer normas a respetarse en el futuro. Esta normalización tuvo un resultado mejorable, y hasta completarse demandará todavía muchos años más.
Más tarde, o paralelamente, el Ayuntamiento se ocupó de la normalización económica, que básicamente consiste en pagar sus deudas, o al menos manifestar su intención de hacerlo, no solo con otras instituciones sino también con los proveedores a quienes se les han contratado bienes y servicios .
Sin embargo, la normalización no acaba ahí, porque parte del trabajo para que Marbella se convierta en una ciudad normal –alguien podrá decir que esto es conformarse con poco, pero veremos que no– consiste en hacer el trabajo que dejó de hacerse en los años en los que los despachos municipales eran utilizados para otros menesteres.
Por eso, que los taxis no tuvieran taxímetros en Marbella era un anacronismo que muchas personas con escaso contacto con la ciudad –conscientes de su tamaño o su importancia económica, pero no de la dimensión de la caverna institucional en la que estuvimos metidos durante quince años– sencillamente no se lo creían, y que incluso los turistas podían ver como un símbolo de indeseable exotismo. Que ahora lo tengan, algo a lo que algunos inexplicablemente se resistieron, posiblemente no merezca más que una modesta celebración, y con seguridad una reflexión sobre todas las normalizaciones que aún tenemos pendientes.
Algunas están ya al alcance de la mano –ya hemos visto cómo han recibido los proveedores del Ayuntamiento el anuncio de que van a cobrar lo que se les debe, aunque ahora cabe esperar que en el futuro las administraciones se limiten a contratar solo aquello por lo que están dispuestas y en condiciones de pagar– pero otras nos costarán más.
Entre las más caras, y por ello más difícilmente realizables, está que Marbella alcance lo que podríamos llamar su normalización ferroviaria. Que dejemos de ser la única ciudad española de sus dimensiones por la que no pasa el tren. Esta semana hemos vuelto a ver qué lejos estamos todavía de alcanzar ese objetivo. Tan lejos que a alguno le puede entrar la duda de si no estaremos pidiendo demasiado. Para quien se haga esa pregunta la respuesta es no. Tener un tren no es un lujo, forma parte de la normalidad
Pero pese a lo que podamos lamentarnos por la distancia que nos separa del tren, todavía nos quedan las sesiones semanales del juicio del ‘caso Malaya’ para recordar lo que hemos dejado atrás y lo normales, o lo parcialmente normales, que hemos conseguido llegar a ser.
La semana pasada tuvimos declarando desde el banquillo a un exjefe de la Policía Local que dice que poner precintos a las obras ilegales no iba en su sueldo, y a exdirectivos de una empresa a los que la policía descubrió amañando un concurso público con el entonces concejal de Tráfico de Marbella diciendo que eso no era eso, sino otra cosa. Los exdirectivos de Portillo intentaron negar un soborno que las grabaciones de la policía se empeñan en demostrar que sí existió. Son tozudas. Hace cinco años, cuando salieron a la luz aparecía en la transcripción de las escuchas un responsable de la empresa preguntando: «¿Cómo quieres que hagamos la entrega? Porque es que parte del dinero va a salir desde Málaga y parte va a salir desde…» Y el concejal de Tráfico respondiendo: «Oye, no me hables por teléfono». Y uno creía tener las cosas claras. Alcanzaba la misma conclusión que la policía.
Pero llega el momento del juicio, declara el directivo y dice que no, que se entendió mal, que no es lo que parece. Y el personal cuyo ayuntamiento ha sido saqueado no quiere comportarse con la incredulidad del engañado que se resiste a mirar si alguien se esconde dentro del armario o debajo de la cama y dice, venga, vale, escuchemos la cinta. Pero oiga, que cinco años después los personajes son los mismos y vuelven a repetir la misma conversación, el mismo guión de película de mafiosos: «¿Cómo quieres que hagamos la entrega?»
Y no. No cuela. Eso podía ser un comportamiento habitual en aquella época, pero no es un comportamiento normal.
La normalidad es otra cosa.