Consta que en el PP hubo quienes criticaron en voz baja la decisión de Arenas de no debatir y de dibujar una campaña de perfil bajo, estilo Rajoy, aguantando el resultado y esperando que pasara el tiempo. Consta también que quienes han levantado la voz después del domingo se han encontrado con la pregunta inevitable: ¿Por qué no lo dijiste antes?
En el PSOE, quienes ya habían señalado a Griñán la puerta de salida hoy tienen las manos enrojecidas de tanto aplaudirle. Puede discutirse si ese comportamiento forma parte de la condición humana, pero no cabe duda de que forma parte de la condición política.
Resulta fácil corregir con los resultados puestos. Lo meritorio es hacerlo cuando se está a tiempo de enmendar el rumbo. Las reflexiones a posteriori sirven para intentar comprender qué pasó. No es poco
Hoy ya sabemos que para el PP resultó más fácil convocar a los andaluces para echar a Zapatero que hacerlo para convertir a Arenas en su presidente.
Que el rigor presupuestario sin alegría en el horizonte si es que vale para algo puede valer en Bruselas, pero es un pésimo argumento electoral
Que la corrupción del adversario como único eje de campaña puede ser efectivo si el comportamiento de quien lo utiliza es intachable. El argumento monocorde de los ERE la misma semana en que se condenó a Matas sólo podía invitar a la abstención. El PP barrió en noviembre hablando del desempleo. Con la reforma laboral y el paro disparado quiso repetir atribuyendo a los socialistas el monopolio de la corrupción. No coló.
Que la abstención no es patrimonio de la izquierda y que el PP también tiene votantes críticos.
Que la España monocolor despierta más recelos que entusiasmos. Las olas, del color que sean, por definición pasan una vez. Después solo queda remar.
Que quedarse esperando a que la fruta madura caiga sola puede servir como táctica en un momento concreto, pero como estrategia política es deplorable.
Que la victoria disimula defectos, pero nunca los corrige. Que la derrota es mejor consejera. Que la vanidad es una bomba de relojería, una invitación al suicidio. Esto último quizá se comprendió en el PP, ya demasiado tarde, el domingo por la noche. Pero vale también para quienes partieron una tarta inexplicable.