Una jovencita de 22 años con más ambición que luces confiesa en un ‘reality’ que va a entrar en el PP para conseguir un trabajo en el Ayuntamiento de Marbella y se lía la de Dios. Lógico, razonará el lector. A las administraciones públicas solo se debería acceder por méritos y en competencia con otros aspirantes en igualdad de condiciones.
Las declaraciones de la niña, una estudiante cuyo currículum la describe como más interesada en concursos de belleza y programas de telerrealidad que en los problemas sociales y la posible contribución desde la política para resolverlos, fueron cristalinas en cuanto a motivaciones y riqueza argumental: «Soy del PP porque me gusta y punto. Y me voy a meter porque en el Ayuntamiento de Marbella yo quiero un buen puesto de trabajo». Más claro, agua. Tanto, que el PSOE se lleva las manos a la cabeza y anuncia una moción en pleno para debatir sobre el enchufismo en el Ayuntamiento.
Más allá de que alguien podrá preguntarse con razón si en el grupo municipal socialista no tienen nada mejor que hacer que convertir en tema de debate las afirmaciones de un personaje de este tipo, o si el PSOE está dispuesto a extender la discusión sobre el enchufismo a las instituciones que gobierna, el episodio televisivo deja varias preguntas
¿Es esto solo una anécdota? ¿Por qué se recoge semejante despropósito en los medios? ¿Por qué la noticia supera en interés en la red a otras más trascendentes? ¿Por qué una jovencita cuyo nivel de información no está, digamos, en la horquilla más alta asegura con tanto desparpajo que entrará en el partido que gobierna para intentar conseguir un empleo público?
Y la respuesta es inquietantemente simple. Porque así son las cosas y la gente lo sabe. La muchacha iba bien encaminada y sabía lo esencial, aunque desconocía detalles importantes, como que si tiene previsto entrar en un partido para conseguir trabajo deberá ponerse a la cola, porque con los recortes sobran aspirantes, o que estas cosas no se pueden decir en público, y menos por televisión.
Su candidez la ha condenado, pero también ha servido para advertirnos de que ya deben ser muy pocas las personas que no se han dado cuenta de cómo funciona el tinglado.