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Héctor Barbotta

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La mala educación I y II

LA EDUCACIÓN, UN PROBLEMA

EL problema no es que se nombre ministro de Educación a un tertuliano de Intereconomía, sino que ya con la cartera en la mano el ministro se siga comportando como tertuliano y no como ministro.
El problema no es que se quite del currículo la asignatura de Educación para la Ciudadanía, sino que gran parte de la sociedad siga creyendo que los valores que propiciaba esa asignatura eran solo una más de las muchas ocurrencias pasajeras de un gobernante inepto.
El problema no es que el Gobierno le dé la vuelta a la cuestión lingüística en una comunidad autónoma en la que acaban de celebrarse elecciones sin que el tema se mencionara en campaña, sino que la sociedad haya asumido con mansedumbre que nuestro sistema político consiste en decir una cosa en campaña y hacer algo totalmente distinto desde la administración.
El problema no es que se cargue con una asignatura evaluable más a los alumnos cuyos padres creen que ni el colegio es lugar, ni las horas lectivas, momento para la catequesis, sino que se dé por hecho que los niños que van a clase de religión no necesitan ‘valores éticos’, como si los trajeran de serie.
El problema no es que la Iglesia quiera seguir tutelando la moral privada de los ciudadanos de este país, sino que desde el Estado se le sirva la educación como plataforma para ese fin.
El problema no es educación concertada contra educación pública, sino tener que escuchar que oponerse a que se sufrague con fondos públicos a unos colegios que segregan por sexo es un atentado a la libertad de los padres y no una defensa de los valores democráticos.
El problema no es que la educación en este país no cubra necesidades ni expectativas, sino que se pretenda que la solución pase por favorecer a la elite en desmedro del derecho de la mayoría a la mejor educación posible.
El problema no es que no tengamos ninguna universidad entre las mejores 200 del mundo, sino que se dispare contra la universidad que tenemos solo porque su rectora se planta frente a los recortes que impiden acercarse a los mejores.
El problema no son las reformas ideológicas de Wert que nos retrotraen a 30 años atrás, sino que hayan pasado 30 años sin que nos pusiéramos de acuerdo sobre qué educación necesitamos.

 

INVISIBLES

Quien haya asistido al debate de ayer en el Congreso, cuando la oposición planteó una decena de preguntas al ministro de Educación, podría pensar que la reforma propuesta por el Gobierno se limita a modificar el modelo de inmersión lingüística en Cataluña. El tema que robó casi todo el tiempo de la sesión invita a creer que estamos ante una propuesta que solo afecta a la parte del territorio español donde se habla catalán y no a todo el sistema educativo.
Como este país ha sido incapaz de articular una política educativa de Estado, cada vez que llega un Gobierno plantea su propia reforma, evidenciando 1) que no hay capacidad para aprender de la experiencia, 2) que cuando ganan unas elecciones los partidos se comportan como si el resultado fuese para siempre y 3) que no hay políticos capaces de pensar más allá del corto plazo de una legislatura, lo que en la vida de una nación equivale a un instante efímero.
Ahora le ha tocado a Wert, que sin complejos impone un texto que pone en peligro la gratuidad de la enseñanza, aniquila la igualdad de oportunidades, privilegia a centros privados y concertados sobre los públicos, se carga la evaluación continua y discrimina a los alumnos que elijan no asistir a clase de religión. Todo de una tacada.
Debe agradecerse a Wert no ser un político que esconda sus ideas o que disimule a la hora de defenderlas. Entre sus méritos sobresale su capacidad para encarrilar los debates por el camino que más le conviene. Sin formar parte del partido del Gobierno, se ha destacado como el más capaz para construir un discurso a partir de sus principios ideológicos y plasmar eso en una acción de gobierno. Sabe hacer política.
Ante esa situación, resulta difícil adivinar cómo pretenden los socialistas erigirse en una alternativa visible si ante una agresión tan clara a la escuela pública, a la escuela no confesional y a la escuela que propicia la igualdad de oportunidades se dejan arrebatar el debate por los nacionalistas catalanes. Si no son capaces de presentar una alternativa, si no son capaces de proponer un discurso, si no son capaces siquiera de plantear las líneas centrales del debate ante una propuesta tan franca, tan frontal y tan ideológica como la de Wert cabe preguntarse de qué son capaces. En el caso de que, además discutir sobre primarias y mirarse el ombligo, sean capaces de algo.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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