El juicio por blanqueo contra Julián Muñoz e Isabel Pantoja está a punto de terminar. Solo restan por conocer las conclusiones de las partes, y ya se puede adelantar que no se han materializado los temores de que la cita periódica en la Audiencia Provincial se convirtiera, a tenor del perfil de los personajes, en un vodevil que devolviera la imagen de Marbella a sus años más esperpénticos. Los programas rosas que se prometían meses enteros de contenido morboso garantizado acabaron reduciendo su cobertura al comentario de algunas anécdotas, a la vista de la aridez resultante del tratamiento judicial de unos supuestos delitos fiscales; y hasta los rumores previos sobre legiones de forofos que colapsarían los accesos al Palacio de Justicia se han traducido solamente en el tímido desfile de unos pocos personajes en busca de sus quince minutos de cámara. Los casi siete meses que ha durado el juicio han convertido una imagen que muchos imaginaron inverosímil –la de la tonadillera compartiendo banquillo– en parte del paisaje habitual de la agenda pública. Sin embargo, que la celebración del juicio se haya mantenido dentro de las fronteras de un debate jurídico en el que debía esclarecerse si los acusados formaron parte de una trama que permitió al exalcalde blanquear el dinero obtenido ilegítimamente desde su situación de poder municipal no ha conseguido, según parece, transmitir a la opinicón pública la gravedad de los hechos que se enjuician, ni mucho menos su naturaleza lesiva para el conjunto de la sociedad. Si la audiencia pública, en ese caso, hubiese cumplido con ese fin pedagógico no se habría visto esa bochornosa imagen a la salida de la penúltima sesión, en la que una miembro de una plataforma antidesahucios se acercó a los dos acusados más célebres en este juicio –Pantoja y Muñoz– para pedir, y obtener, una firma que respalde sus reclamos. Los desahucios han pasado a formar, tristemente, una parte central de nuestra cotidiana realidad social, y por ello cabía pensar que hasta el espectador menos avisado es capaz de razonar cómo la entrada de dinero negro en el circuito legal a través de inversiones inmobiliarias contribuyó durante años al crecimiento de la burbuja, cuya pinchazo está dejando cada día a cientos de personas en la calle. La conciencia social señala a los bancos a la hora de explicar por qué se llegó hasta aquí. No está de más recordar que hay otros responsables a quienes no debería darse la oportunidad de lavar la imagen con una firma en favor de sus víctimas