UN concejal socialista de Marbella acaba de anunciar que abandona el grupo municipal porque está cansado de soportar situaciones que en la vida empresarial podrían llamarse mobbing y en el académico, acoso escolar, pero que en la vida política, posiblemente por habituales, carecen por el momento de denominación.
Dice el concejal en cuestión que sus compañeros de grupo no le tramitaban las mociones que presentaba, que en las reuniones no se le asignaba tarea alguna y que llevaba sin hablarse con el portavoz del grupo nada menos que ¡un año y cuatro meses! Ambos fueron elegidos en mayo de 2011, en junio asumieron sus cargos, y en octubre dejaron de hablarse.
Desde su grupo político se limitan a apelar a la disciplina, a reclamar que devuelva el acta de concejal para que pase el siguiente –al parecer más afín–, a lamentar que haya expresado estas críticas en público (en lugar de hacerlo en las reuniones en las que al parecer lo ninguneaban) y a sembrar dudas sobre su verdadera relación con los adversarios.
El episodio, que además de no ser inédito y que revela la importancia de aquella recomendación que, bajo la advertencia de ‘Al suelo que vienen los nuestros’, resulta imprescindible para sobrevivir en ese ambiente, es una muestra más de hasta qué punto el mundo de la política tiene sus propios códigos, sus propios valores y sus propias referencias alejadas de aquellas con las que se comporta el resto de la sociedad y que en cualquier otro ámbito serían inaceptables.
No se trata de emitir un juicio sobre a cuál de las partes le asiste la razón, de si el concejal en cuestión hizo méritos para ser ninguneado, ni mucho menos sobre la capacidad que algunos líderes políticos demuestran para dividir y restar cuando lo que necesitarían para tener algo de futuro es aprender a sumar. Se trata solo de preguntarse cómo ha sido posible que la mal llamada ‘clase política’ haya sido capaz de construir una burbuja aislada del resto de la sociedad donde rigen comportamientos que la mayoría de las personas considera inaceptables.
Suele decirse que la verdadera política, la de altura, se hace en los bancos, en los consejos de administración de las grandes corporaciones empresariales o en el Vaticano. Que lo que hay en los partidos es política de bajo vuelo, y también que en el microclima de los partidos no hay nada inédito porque esas organizaciones no son otra cosa que el reflejo de la sociedad. Pero convengamos que hay situaciones que solo son posibles en los partidos políticos. ¿Alguien una empresa de la que el tesorero se haya llevado 22 millones de euros y el consejo de administración le siga pagando la Seguridad Social sin dar una sola explicación que los accionistas sean capaces de creer?