Seguir las tertulias televisivas o radiofónicas puede ser un ejercicio divertido, pero se equivoca quien crea que también puede ser enriquecedor o que ayuda a estar bien informado. Hay excepciones, claro que las hay, y cuando quienes debaten son especialistas seguramente escuchar la confrontación de opiniones cualificadas ayuda a formarse una propia.
Sin embargo, en los últimos años ha proliferado lo que parece ser una nueva especialización que se pretende cercana al oficio de la comunicación: la del tertuliano que opina de todo. Muchos han pasado por el periodismo, y cuando se les escucha se entiende por qué no se han quedado. Pero otros aún ejercen, y eso ya asusta.
Los hay de todos los colores y en medios de toda orientación. Se prodigan durante todo el día. Se los puede escuchar por la mañana, por la tarde, por la noche y a última hora. Se atreven con todo: parlamento, economía, relaciones internacionales -Europa, Asia, Estados Unidos, Latinoamérica-, política autonómica y local, tribunales, sanidad, sucesos, historia española y universal, medio ambiente y hasta deportes. Las mismas personas. Sus opiniones son diversas, pero tienen un punto en común: a ninguno se le ha escuchado jamás decir: «De ese tema no opino. No lo conozco».
En los últimos días hemos visto confluir en las mismas personas a constitucionalistas expertos en la carta magna de Venezuela, que además de dar clases de democracia a los ciudadanos de ese país se permitían aleccionar a su Corte Suprema, y a consumados vaticanistas conocedores de los más íntimos detalles de la cúpula de la curia. Lo que a algunos estudiosos les lleva toda una vida conocer ellos lo dominan de un día para otro, de manera espontánea. Y pontifican.
Desde la más pura de las ingenuidades, el espectador bienintencionado puede admirar la extensa cultura de estas personas, su capacidad para informarse de todo aquello de lo que hablan, su talento innato para saber a qué fuentes recurrir para proveerse de la documentación imprescindible antes de formarse una opinión, su don para hacerlo en el escaso tiempo del que disponen mientras saltan de plató en plató.
Hasta que llega el día en que uno los escucha hablar de algún tema que domina. Y entonces llega a la conclusión más temida. Ni conocen los asuntos ni se han documentado. Su destreza se limita a la locuacidad.
Servidor todavía recuerda algunas perlas escuchadas cuando Marbella estaba en el primer plano de la actualidad y las televisiones se llenaron de expertos que hablaban del asunto. Afortunadamente perdieron todo interés tan pronto como otro tema reclamó su atención.
La semana pasada se escuchó a uno decir que Messi se borra en los partidos importantes. Y ayer seguía en la tele. Opinando.