Cualquiera puede considerar exagerado que los taxistas de Marbella reclamen que se garantice su seguridad cuando en Semana Santa acudan al aeropuerto de Málaga a recoger pasajeros en servicios contratados previamente. Cualquiera, claro, que no haya sido testigo del salvajismo que suele exhibirse en las huelgas del sector del taxi.
Los taxistas de Málaga capital se arrogan el derecho exclusivo de recoger pasajeros en el aeropuerto, como si ésta fuese una infraestructura construida con impuestos municipales o como si las playas de la Costa del Sol comenzaran en Huelin y acabaran en El Palo. Puestos así, solo debería permitirse la entrada a los coches con licencias tramitadas en Churriana.
Más allá de reclamos que solo persiguen conservar privilegios injustificados, es oportuno destacar lo corrosivo que resulta para el propio turismo pretender afrontarlo desde el localismo. La industria no es solo horizontal porque en ella intervienen una multiplicidad de sectores, desde el hotelero al gastronómico y desde el transporte hasta el comercio o la sanidad; en una zona tan rica como la Costa del Sol, el turismo también es horizontal desde el punto de vista geográfico. Afortunadamente no es éste un destino donde los viajeros se desplacen del aeropuerto a un hotel con todo incluido del que solo salen para coger el avión de regreso. El modelo de la Costa del Sol permite incluir un hotel en Torremolinos, un restaurante en Marbella y un museo en Málaga, todo en el mismo viaje. Pretender afrontarlo con regulaciones donde se considera a los límites de los términos municipales como si fueran la línea del armisticio de la guerra de Corea solo puede contribuir a encorsetar la actividad, empobrecer la oferta, reducir su capacidad para competir con otros destinos e impedir el desarrollo de todo el potencial productivo de la provincia. En una economía abierta, las regulaciones tienen sentido si protegen derechos e impiden abusos, pero sobran si son para preservar privilegios.
Y todo ello sin tomar en cuenta lo perverso que resulta plantear el conflicto en el peor momento no solo para el conjunto de la Costa del Sol sino especialmente para la propia ciudad de Málaga, porque si hay un momento del año en el que la capital asume el papel protagónico de la oferta turística de la provincia es en Semana Santa.
Posiblemente la huelga del taxi que nos aprestamos a sufrir no es más que una nueva expresión de una de las condenas que pesan sobre las sociedades que padecen crisis económicas prolongadas: la falsa percepción por parte de algunos sectores de que pueden escapar de las dificultades si encapsulan sus privilegios y se atrincheran para defenderlos aún a costa de incendiar todo el campo a su alrededor, como el pirómano que alimenta la ilusión de que sus pulmones son inmunes al humo procedente del fuego que él mismo provoca.