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Héctor Barbotta

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Escrachados

El ministro del Interior ha advertido de que la policía identificará a quienes participen en los llamados ‘escraches ‘ y ha cuestionado el carácter democrático de este tipo de protesta ciudadana, que consiste en manifestarse frente a las viviendas de cargos públicos. Hay quienes igualan el escrache con el acoso, y por eso la Secretaría de Estado de Interior, un escalón por debajo del ministro, ha avisado a quienes participen en estas manifestaciones, impulsadas por la plataforma antidesahucios, de que podrían ser detenidos.
Esta reacción, de momento desproporcionada a tenor del cariz que han tenido las manifestaciones, puede ser leída como un cubo más de gasolina en el incendio del desapego político, pero solo desde un planteamiento bañado de candidez se puede plantear que los ‘escraches’ son un remedio para el déficit democrático, aunque quien los denuncie sea un presidente que solo comparece tras una pantalla de plasma.
Los escraches han sido importados de Argentina, donde nacieron a mediados de los 90 impulsados por una asociación de hijos de víctimas de la última dictadura militar. Por aquel entonces regían leyes de impunidad hoy felizmente derogadas, y las manifestaciones que se organizaban a las puertas de edificios de viviendas tenían por objetivo dejar en evidencia a quienes pasaban por ser educados vecinos que cedían el paso en el ascensor, pero arrastraban un pasado de secuestros, torturas y muertes. Porque ‘escrachar’, una palabra del lunfardo (la jerga nacida del mestizaje inmigrante que pobló Buenos Aires en los primeros años del siglo pasado), significa en una de sus acepciones precisamente eso: dejar en evidencia.
Cómo ha evolucionado o degenerado esta práctica, que hoy en Argentina se usa para casi todo –a veces para fines nobles, otras no tanto– o qué puede pasar aquí cuando además de los desahuciados otros colectivos se consideren legitimados para hacerlo y, como advierte el ministro del Interior, pongan en el punto de mira a jueces o periodistas, poco tiene que ver con su origen.
Y mucho menos con su etimología, que rastrea su raíz en la palabra inglesa ‘scratch’ (rasguño), y en el término ‘scratchers’, con el que se nombraba a los reporteros gráficos que hurgaban donde fuese necesario para fotografiar, muchas veces contra su voluntad, a personajes públicos. De esa forma, cuando alguien quedaba expuesto públicamente por una fotografía se decía que lo habían escrachado.
Por eso, si nos remontamos a ese origen, bien podría decirse, por ejemplo, que Aznar fue objeto de un escrache con sus perros en la playa de Guadalmina.
Pero también que quienes han querido hacer una causa de Estado del paseo solitario de un líder rival en un día casi invernal han dejado en evidencia su manera de hacer política. También han quedado escrachados.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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