El fariseísmo está de capa caída. Marbella sigue saldando las cuentas con su pasado en el sitio donde se hacen esos trámites, los tribunales, y no se puede decir que le esté yendo mal. Quienes prefieren ignorar la historia, sus lecciones y su capacidad creadora de anticuerpos con el argumento unidireccional de que solo hay que mirar hacia adelante se están llevado un serio disgusto. Marbella toma posiciones para afrontar el futuro sobre la sólida base de saldar las cuentas pendientes.
En las últimas semanas la justicia le ha dado buenas noticias a los vecinos de la ciudad: el embargo de los bienes de los hijos de Gil, la condena a Julián Muñoz y sus cómplices en el blanqueo de lo que se llevó crudo en bolsas de basura, la fotografía de algunas decenas de secuaces de Jesús Gil sentados en el banquillo de la Audiencia Nacional y admitiendo ante el tribunal, la mayoría, que obedecieron ciegamente a su jefe por no perder su sueldo, por temor o por simple indignidad. Hay juristas que denostan la pena de banquillo, pero hay ocasiones en las que el banquillo ofrece un cuadro de reparación cívica.
Hay quienes dicen no sin razón que la presencia en uno de estos procesos de Isabel Pantoja –un personaje menor en el despojo de Marbella pero personaje al fin, según ha confirmado la sentencia que la ha condenado– distrae la atención, desenfoca el problema de fondo, descomprime el protagonismo de los principales autores del saqueo.
Es probable. Pero la inevitable atención que su presencia ha generado en la causa cuya condena se conoció la semana pasada ha permitido por otro lado atraer sobre el despojo que sufrió Marbella un interés masivo que de otra forma habría sido posiblemente indiferencia, y ha permitido situar en el primer plano de la opinión pública una realidad que de otra manera habría llegado de una forma seguramente más débil. Posiblemente a día de hoy no quede ciudadano en España que ignore que los vecinos de Marbella fueron robados, y que aquí vino a aprovecharse hasta la Pantoja.
Desde la recuperación de la normalidad democrática, en la ciudad convivieron dos posturas: la que consideraba que la buena imagen de Marbella requería que se hablara cuanto menos mejor de causas judiciales, abusos urbanísticos, chorizos y blanqueo, y la de quienes aseguraban que lo mejor para la ciudad era afrontar la catarsis de la justicia para poder avanzar con las cuentas saldadas. Estos últimos tienen motivos para pensar que les asistía la razón. A la espera de que lleguen los fondos que puedan recuperarse, Marbella está asistiendo a una reparación moral imprescindible para afrontar su futuro con confianza.