Si el término no estuviese tan denostado no faltaría quien ya se hubiese lanzado a advertir sobre la existencia de brotes verdes. Los negocios que abren comienzan a ser más de los que cierran, empieza a haber atascos donde en los últimos años el tránsito fluía y hasta los hoteles comienzan a perder el miedo a decir que están llenos. A veces dan ganas de no ser agorero y evitar preguntarse si la ecuación de nuevos negocios frente a negocios cerrados será la misma en octubre, si las retenciones tienen más que ver con el abuso tarifario en la autopista que con una deseada señal de mayor actividad o si los precios que se pagan por habitaciones y suites guardan alguna semejanza con los de tres o cuatro años atrás. Sin embargo, los empresarios que buscan un hombro donde llorar ya no son el cien por cien, algunos no temen decir que les empieza a ir bien, y aunque cuando uno mira a su alrededor no deja de ver parados, el optimismo invita a pensar que, más que ante un cambio de actitud, estamos en el comienzo de la curva que los economistas dibujarán en un tiempo como ascendente.
Pero aunque uno encuentre motivos, si busca muy bien y pospone hacerse algunas preguntas, en el ámbito de la actividad privada, las cuestiones públicas no permiten invitación alguna al optimismo aunque se miren con los ojos tan entornados que parezcan cerrados.
Allí están como muestra los imponentes fiascos en los que se han convertido los dos grandes proyectos que en los últimos tiempos se presentaron como los más ilusionantes y emblemáticos que se asomaron por Marbella: la ampliación del Hospital Costa del Sol y la del puerto de La Bajadilla.
Después de más de dos años con las obras paralizadas, ahora hemos sabido que en el hospital había algo más que un conflicto de financiación. El gerente ha reconocido a este periódico que en los tribunales se dirimen seis procedimientos judiciales, y que la mayoría tienen como denunciante a la concesionaria que ha paralizado las obras porque las cuentas que había hecho para financiarse a través del aparcamiento subterráneo no le salen.
Posiblemente sea el resultado lógico de una operación montada desde el más absoluto oscurantismo, como si a la Junta de Andalucía le avergonzara su propia práctica de recurrir a la financiación privada, y por ello nunca fue explicada con transparencia cuando fracasó estrepitosamente. Hasta tal punto llega este oscurantismo que después de dos años con las grúas criando telas de araña, el gerente del hospital se permite decir que las obras no están paradas, sino «muy ralentizadas». A veces seguir el guión al pie de la letra obliga a despreciar la realidad hasta tal punto que no se puede evitar que lo tomen a uno por cínico.
Ante estos dos años de paralización cabe preguntarse a qué espera la Junta de Andalucía para abrir en relación al hospital un expediente similar al incoado en el puerto de La Bajadilla, aunque la situación invita también a preguntarse si cabe esperar una explicación o un pedido de disculpas. De lo que parecen caber pocas dudas es de que con semejante obra parada a la vista de todo el mundo porque a un inversor se le fastidió el negocio de los aparcamientos, el discurso de la defensa insobornable de la sanidad pública hace aguas por los cuatro costados.
Acerca del puerto, esta semana hemos sabido que quienes prepararon las alegaciones del jeque contra el expediente que se le ha abierto por incumplir todos los puntos del contrato sin saltarse ninguno se podrían haber ahorrado el trabajo, y que los partidos no están trabajando en un cambio de discurso que al menos permita albergar la ilusión de que alguien está haciendo algo para que los cruceros puedan llegar algún día a Marbella.
Cuando todos apuntan al adversario para enrostrarle un inminente fracaso es que consideran que el fracaso es inevitable. Hay rincones inasequibles al optimismo. Ellos sabrán por qué.