Ya hay fecha para la lectura pública de la sentencia del ‘caso Malaya’ y Marbella se prepara para pasar la última página del capítulo más negro de su historia.
Es verdad que hace ya algún tiempo que el nombre de la ciudad ha dejado de estar asociado, casi como un sinónimo, a la corrupción política y al desmadre urbanístico, no solo porque su realidad ha cambiado sino también porque en otras geografías se han hecho méritos más que suficientes para ocupar el lugar que durante algún tiempo se asignó injusta y exclusivamente a Marbella.
Pero el momento concreto en el que simbólicamente la ciudad podrá cerrar esa etapa triste de su historia no habrá llegado hasta el viernes de la semana próxima, cuando el episodio judicial que durante los últimos siete años ha estado en el centro de la atención de la opinión pública protagonice su último acto.
Durante años la vida pública de Marbella estuvo signada por las malas formas, la impunidad, la utilización del patrimonio público en beneficio privado, los ardides pseudo legales que dieron cobertura al saqueo de las arcas públicas y la utilización de las mayorías electorales como coartada para actuar a discreción como si un triunfo en las urnas diese carta blanca para hacer lo que venga en gana. Esa fue, en resumidas cuentas, la práctica que Gil y sus seguidores aplicaron durante 15 años, y a punto de que Marbella cierre ese capítulo de su historia es buen momento para preguntarse si la vida pública española está a salvo de la herencia gilista. Es la hora apropiada para mirar los últimos episodios vividos en el Congreso de los Diputados para preguntarse si los modos de Gil no perviven en Celia Villalobos, si no hay resquicios de impunidad en el patrimonio inexplicable de algún exministro, si no hay disposición perversa de lo que es todos en la nueva ley de educación que permite utilizar suelo público para construir colegios privados, si la Junta de Andalucía no ha reproducido a lo grande el modelo gilista de crear sociedades y agencias para eludir cualquier tipo de control, o si las mayorías en las urnas no están siendo utilizadas por los políticos con desprecio al mandato popular.
La mayor lección que dejaron los años de Gil en Marbella fue que el desprestigio de la política solo puede traer personajes como él. Pero la actualidad nos enseña cada día que lejos de combatir aquel modelo perverso, gran parte del estamento político español ha preferido copiarlo.