P utin a enviado a sus militares a que pongan sus botas sobre Crimea, donde la parte de la población que se siente libre para expresar sus opiniones parece entusiasmada con la idea de volver a la Madre Rusia. Mientras tanto, la Unión Europea se prepara para exhibir su debilidad con la puesta en marcha de unas sanciones que le laven la cara y le permitan salir del paso.
Hay quien teme que la escalada anexionista no se detenga allí, y posiblemente sea pronto para preguntarse en qué momento los ucranianos comenzarán a arrepentirse de haber enarbolado la bandera azul de estrellas amarillas para iniciar una rebelión que si las cosas se ponen feas no tendrá en esa bandera más que un estéril respaldo simbólico.
Aprobada la anexión, nadie en su sano juicio y con un mínimo sentido del realismo ve en el horizonte un eventual retroceso en la política de Putin, y ahora la tarea consiste en adivinar si la Unión Europea será capaz de ponerse de acuerdo en qué sanciones va a aplicar para asear su imagen en una batalla que tiene perdida de antemano. Así como Alemania y su entorno en Centroeuropa no parecen dispuestos a poner en peligro su suministro de gas, el resto de los países también alberga intereses en relación con la economía rusa cuyos gobiernos tienen la obligación de defender.
En los últimos años, la llegada de turistas, de inversores y de compradores de viviendas procedentes de Rusia ha supuesto un balón de oxígeno para el sector turístico, para el inmobiliario y para el comercio de la Costa del Sol, especialmente para Marbella. El horizonte que el mercado más allá de los Urales abre para esta zona, con el potencial de 140 millones de habitantes, cuya economía no muestra signos de debilidad y que ven el litoral del sur de España todo lo que echan de menos en su país –sol, seguridad jurídica, servicios y colegios internacionales para sus hijos– solo encuentra nubarrones en las trabas administrativas y los prejuicios que poco a poco comienzan a superarse.
Pero ahora sobrevuela la sombra de unas eventuales sanciones que se saben inútiles desde el inicio, y que sin embargo pueden tener un efecto devastador no en el Kremlin, sino en Marbella y su entorno. Cualquier medida que afecte a visados, a transferencias bancarias o a intercambios turísticos o comerciales serían letales para una sector que, como advierten los últimos indicadores, comienza a levantar después de años de desesperanza.
Es posible que Putin merezca una patada. Pero habrá que confiar en que el gobierno español no sea tan pusilánime como para admitir que la Unión Europea se la termine dando en el culo de la Costa del Sol.