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Héctor Barbotta

Marbella blog

Hormonas

Seguramente existen innumerables posibles móviles para cometer un crimen, pero si se analizan en profundidad las páginas de sucesos de los periódicos, y aun los programas que se ensañan durante meses en analizar lo que apenas tiene recorrido para un par de emisiones, podríamos concluir que no hay más motivaciones que dos: el dinero y la pasión. Esta en todas sus vertientes, incluidas las más indeseables.
Hubo alguna vez abogados de criminales que estructuraron las defensas con el argumento de que sus clientes eran psicópatas, y por lo tanto enajenados, pero este tipo de estrategia rara vez llega a buen puerto. Si hubiese que quitar de las cárceles a todos los psicópatas, en las prisiones del mundo habría celdas vacías, los hospitales psiquiátricos estarían abarrotados y las calles serían invivibles.
La semana pasada, el abogado de Isabel Pantoja intentó una defensa en esa línea para intentar exculpar el comportamiento de su cliente, que según la sentencia que ahora revisa el Supremo se prestó a participar en las operaciones que su pareja de entonces, Julián Muñoz, ejecutaba con más falta de escrúpulos que inteligencia para intentar ocultar el dinero que habitualmente robaba a los vecinos de Marbella.
Según este abogado, que no hace más que su trabajo, la cantante procedió de esta manera no porque sea una psicópata, sino porque la hormona provocada por su amor hacia Julián Muñoz le impedía ver la verdad sobre qué hacía su compañero.
Es posible que esta estrategia de defensa, aunque seguramente con pocas posibilidades de prosperar, tenga algún tipo de sustento, según la tesis que –sin ninguna intención de aludir al ‘caso Pantoja’– mantuvo el pasado martes en una brillante conferencia en el Aula de Cultura de Sur el psicólogo Carlos Odriozola, que con cierta dosis de humor asimiló el enamoramiento a «un estado de enajenación mental transitoria» que dura entre dos años y dos años y medio.
No se sabe si el abogado de Pantoja sustentó su estrategia en esta teoría, pero ya se sabe que si se exculpa a los psicópatas y a los apasionados solo nos quedarían en la cárcel los enamorados del dinero, que bien podrían ser una síntesis de los dos anteriores, y a los que delinquen por desesperación. Estos últimos son los que en una sociedad justa podrían tener una mejor defensa, pero su problema es que no pueden pagarse un abogado. Ni siquiera uno como el de Pantoja.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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