Hay una fórmula inequívoca para saber cuándo un asunto preocupa en las filas del PP: sólo hay que escuchar a ediles y dirigentes locales repetiendo los argumentarios de Pedro Arriola. En las pocas horas que han pasado desde que los dos grandes partidos se desmoronaron y Podemos se convirtió en la cuarta fuerza electoral de España -llamarlos partido es aún prematuro- se han escuchado todo tipo de descalificaciones hacia la formación, hacia su cabeza visible e incluso hacia quienes el domingo decidieron votarlos: al parecer millón doscientos mil irresponsables.
En esto ha habido matices. Arriola recomendaba comparar a Pablo Iglesias con Jesús Gil, con un par de analogías que serían desternillantes sino fuera porque quienes las repiten lo hacen con el rictus serio: el GIL tomó el nombre de su líder, Podemos puso la cara de su candidato en la papeleta; Podemos propone una auditoría sobre la deuda pública antes de afrontarla, Gil no le pagaba a los proveedores del Ayuntamiento. Pero hubo, como siempre, quien se pasó con los matices. A Esperanza Oña la comparación con Gil se le quedó corta y llegó hasta Hitler. Como se repita la cosecha de votos en las municipales habrá que irse preparando para invadir Polonia.
La reacción en otros sectores de lo que los dirigentes de Podemos llaman ‘la casta’ no ha hecho más que contribuir a que se piense que no están muy errados. No en el PSOE, donde saben que no pueden insultar a su electorado natural sino intentar recuperarlo mientras simulan celebrar que su líder andaluza se haya convertido en la tuerta en el partido de los ciegos, sino en Izquierda Unida, algunos de cuyos dirigentes no han sabido disimular su disgusto porque unos advenedizos les hayan levantado una gran parte de la cosecha justo a ellos que llevan tanto tiempo sembrando.
Resulta tierno ver a los dirigentes políticos, y a algunos tertulianos, preocupados porque el programa de Podemos es de imposible cumplimiento -¿es que algún partido ha cumplido alguna vez con un programa?- o protestando porque Pablo Iglesias sale mucho en la tele, como si una forma de pensar que, como se ha visto, representa a más de un millón de personas debiera estar condenada al ostracismo mediático. Si todo se reduce a aparecer en la televisión, y no a haber sabido representar la frustración frente a la situación económica y el hartazgo con los partidos, Belén Esteban perdió una gran oportunidad al no presentar candidatura.
La irrupción electoral de Podemos es producto de haber transformado esa frustración y ese hartazgo en un discurso político. Supieron cómo hacerlo. No en vano entre sus principales dirigentes hay varios profesores de Ciencias Políticas y, que se sepa, ningún experto en Protocolo.
Lo que sucedió el domingo no se reduce a Podemos, porque también fueron excelentes los resultados cosechados por Ciudadanos y por Equo. Pero en lugar de atacar la enfermedad, los partidos y sus voceros han decidido criticar al síntoma. O están cómodos actuando como malos médicos o es que no saben hacer otra cosa.