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Héctor Barbotta

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Una oportunidad

Bárcenas, Blesa, Acebes, Granados, el pequeño Nicolás. Quizás va siendo hora de que Marbella elabore una relación de visitantes indeseables. El problema es que la lista podría convertirse en algo parecido al libro de arena que imaginó Borges: era infinito y obligaba a una inquietante lectura perpetua. Hay que tener en cuenta que Aznar, el expresidente que ya bate récords con un 75 por ciento de su consejo de ministros empapelado, tiene casa por aquí y los rebaños suelen incurrir en comportamientos gregarios.

Resulta fácil imaginarse a este personal aguantando la risa cuando se hablaba de la ‘operación Malaya’ como la mayor trama de corrupción jamás descubierta y se presentaba a Marbella como ejemplo de lo que no debía tolerarse.

Juan Antonio Roca, ese principiante. Los ocho años que lleva en prisión demuestran que no aprendió siquiera la primera lección del manual del buen mangante: lo primero que hay que hacer es meterse en un partido, grande. Si es posible, y los chorizos dejan sitio porque hay muchos y deben abundar los codazos, en el más grande de todos. O en el segundo. Eso de saquear una institución pública desde la independencia reviste hoy un halo de romanticismo. Y en el mundo del hampa manda lo pragmático.

Para robar hay que meterse en un partido. Son todas ventajas: no te abandonan al primer indicio, te animan a ser fuerte, minimizan tus vergüenzas al compararlas con las vergüenzas de enfrente, incluso te dan la posibilidad de irte antes de que te echen, y llegado el caso impiden que tu nombre se arrastre por el fango. Como mucho, te conviertes en «esa persona a la que usted se refiere».

Se suele decir que en los partidos la norma es la decencia, y que los corruptos son una minoría que se aprovecha de los honestos. Eso podía valer para el primer caso, para el segundo, incluso para el tercero. Pero ya no. Cuando se acepta como toda responsabilidad un tímido pedido de disculpas leído en el Senado; cuando el expolio institucionalizado se explica como cosa de cuatro golfos; cuando la mierda aflora y el rebaño sigue callado o señalando con entusiasmo a la bancada contraria; cuando la lealtad al partido pesa más que la decencia, sólo cabe concluir que los que siguen no están avergonzados, sino esperando su oportunidad.

Los partidos no son más que estructuras que valen como instrumento, pero que pueden desaparecer corroídas por su propia podredumbre. Ya pasó en Italia y en Grecia, incluso en Baleares tenemos algún ejemplo.

En toda sociedad democrática hay personas con ideas progresistas y con tendencias conservadoras. Las primeras han iniciado su trasvase a una formación nueva en un proceso que parece inexorable. Cabe preguntarse a qué esperan las segundas.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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