Están los que aseguran que el 11 de septiembre no había judíos en las Torres Gemelas, que ETA estuvo detrás del 11 de marzo, que las imágenes del hombre pisando la luna fueron grabadas en un plató secreto, que Elvis está vivo y Paul McCartney, muerto. En versión más doméstica, cualquiera que haya pisado Marbella habrá escuchado alguna vez que Gil vive plácidamente en el Caribe, donde disfruta del botín.
Las teorías conspirativas a veces pretenden dar respaldo a posiciones políticas insostenibles y en ocasiones sólo responden a la intención de quien las repite de tener su minuto interesante. Sin embargo, no debe descartarse que constituyan también la expresión de una patología.
Se convive con ello diariamente, pero lo que no son más que casos aislados se convierten en epidemia cuando hay cita con las urnas. A medida que se acerca la fecha electoral, la conspiranoia siembra desconfianza, nubla razones, gana almas y coloniza cerebros. Y la verdad es que da mucha pereza.
Las campañas electorales ponen a algunos candidatos y a gran parte de su entorno a medir centímetros de fotos, extensión de entrevistas, minutos de televisión, opiniones de propios y ajenos… todo bajo el prisma de la conspiranoia. Y no hablemos de cuando comienzan a interpretarse intenciones cada vez que aparece una encuesta.
A la clásica de que los sondeos no se publican para ofrecer una radiografía, a veces más acertada y a veces menos, del panorama electoral, sino para favorecer a uno u otro candidato, se suman en estas fechas teorías más elaboradas. Así, el sondeo publicado sobre Marbella ha servido al mismo tiempo, para adelantar resultados sin esperar al veredicto de los electores, desanimar a quienes salen mal, desmovilizar a quienes salen bien y hacer invisibles a las opciones que ni siquiera aparecen.
Dan ganas de que la campaña acabe rápido para que los conspiranoicos vuelvan a ser personas normales. Si hasta a veces uno siente temor de que les dé algo.