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Héctor Barbotta

Marbella blog

No se puede tener todo

Es una de las principales enseñanzas que un padre responsable intenta transmitir a sus hijos desde la más tierna edad: no se puede tener todo.

Durante todos estos años en los que las instituciones se convirtieron en cortijos de los partidos políticos, en agencia de colocación de afines y en algunos casos hasta en fundaciones de financiación a fondo de perdido de campañas electorales y de cuentas ocultas, se echaron de menos situaciones diferentes a la de las mayorías absolutas. Suponíamos que compartir el poder obligaría a mayor control y menor mercadeo con lo público.

Pues bien, nos encontramos frente a una nueva situación que bien podrían describir dos maldiciones chinas. Una dice: ‘Ojalá se cumplan todos tus deseos’. La segunda es más cruel aún: ‘Ojalá te toque vivir una época interesante’.

Estos días tienen lugar negociaciones políticas en prácticamente todo el territorio nacional. Desde las que nos tocan más de cerca, en los municipios de la Costa del Sol, hasta las de la gran mayoría de las comunidades autónomas, y ello mezclado con la investidura de la presidenta de la Junta de Andalucía, todavía no consumada y por lo tanto sumergida en el gran bazar político.

En Marbella se vive la situación de un mismo grupo que con dos ediles decisivos negocia al mismo tiempo con un bando y con el otro, impone condiciones y confiesa por boca de su portavoz que se encuentra ante una situación única que no tiene intención de desaprovechar. Pide a unos, pide a otros y se toma su tiempo. Su actitud no es diferente a la de aquellos a quienes en cualquier otro punto de España las urnas le han otorgado la llave de eso que se llama gobernabilidad.

Y aunque es verdad que la situación a la que se ha llegado es consecuencia de la decisión de los ciudadanos, que se han pronunciado por acabar con las mayorías absolutas en casi todo el país, no estaría de más recordar no sólo cuál es el resultado de esa decisión soberana, sino el motivo por el que el pueblo soberano la tomó.

Las urnas no dieron mandato para que detrás del muro de la opacidad ya no se esconda un dirigente, sino dos, ni para que las instituciones dejen de ser cortijo de un solo partido y pasen a ser cortijo de dos, de tres o de cuatro. Lo que se votó fue que cayeran los muros y se acaben los cortijos.

No hay ningún motivo para entender que lo que los ciudadanos advirtieron que ya no le toleran al bipartidismo se lo vayan a tolerar al tripartidismo, al cuatripartidismo o al pentapartidismo.

Quienes se sientan a la mesa estos días deberían tener en claro a la hora de repartirse presupuestos y sillones no sólo qué es lo que negocian, sino sobre todo en nombre de quiénes lo hacen. Y que como seguramente sus padres les habrán dicho alguna vez, que no se puede tener todo.

 

 

 

 

Es una de las principales enseñanzas que un padre responsable intenta transmitir a sus hijos desde la más tierna edad: no se puede tener todo.

Durante todos estos años en los que las instituciones se convirtieron en cortijos de los partidos políticos, en agencia de colocación de afines y en algunos casos hasta en fundaciones de financiación a fondo de perdido de campañas electorales y de cuentas ocultas, se echaron de menos situaciones diferentes a la de las mayorías absolutas. Suponíamos que compartir el poder obligaría a mayor control y menor mercadeo con lo público.

Pues bien, nos encontramos frente a una nueva situación que bien podrían describir dos maldiciones chinas. Una dice: ‘Ojalá se cumplan todos tus deseos’. La segunda es más cruel aún: ‘Ojalá te toque vivir una época interesante’.

Estos días tienen lugar negociaciones políticas en prácticamente todo el territorio nacional. Desde las que nos tocan más de cerca, en los municipios de la Costa del Sol, hasta las de la gran mayoría de las comunidades autónomas, y ello mezclado con la investidura de la presidenta de la Junta de Andalucía, todavía no consumada y por lo tanto sumergida en el gran bazar político.

En Marbella se vive la situación de un mismo grupo que con dos ediles decisivos negocia al mismo tiempo con un bando y con el otro, impone condiciones y confiesa por boca de su portavoz que se encuentra ante una situación única que no tiene intención de desaprovechar. Pide a unos, pide a otros y se toma su tiempo. Su actitud no es diferente a la de aquellos a quienes en cualquier otro punto de España las urnas le han otorgado la llave de eso que se llama gobernabilidad.

Y aunque es verdad que la situación a la que se ha llegado es consecuencia de la decisión de los ciudadanos, que se han pronunciado por acabar con las mayorías absolutas en casi todo el país, no estaría de más recordar no sólo cuál es el resultado de esa decisión soberana, sino el motivo por el que el pueblo soberano la tomó.

Las urnas no dieron mandato para que detrás del muro de la opacidad ya no se esconda un dirigente, sino dos, ni para que las instituciones dejen de ser cortijo de un solo partido y pasen a ser cortijo de dos, de tres o de cuatro. Lo que se votó fue que cayeran los muros y se acaben los cortijos.

No hay ningún motivo para entender que lo que los ciudadanos advirtieron que ya no le toleran al bipartidismo se lo vayan a tolerar al tripartidismo, al cuatripartidismo o al pentapartidismo.

Quienes se sientan a la mesa estos días deberían tener en claro a la hora de repartirse presupuestos y sillones no sólo qué es lo que negocian, sino sobre todo en nombre de quiénes lo hacen. Y que como seguramente sus padres les habrán dicho alguna vez, que no se puede tener todo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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