La figura del arrepentido está muy presente en el mundo del hampa, por lo que no debe llamarnos la atención que Julián Muñoz y José María del Nido hayan recurrido a ella en las primeras sesiones del juicio por el ‘caso Fergocom’, que se celebra estos días en la Audiencia Provincial de Málaga.
Los arrepentidos suelen ser figuras clave en la desarticulación de las redes mafiosas y terroristas más impenetrables, y aunque en la legislación española la concesión de beneficios a quienes colaboran para desarticular las organizaciones a las que han pertenecido no está muy desarrollada, el arrepentimiento sí es considerado como atenuante a la hora de dictarse sentencia contra quien haya delinquido.
Que declamar arrepentimiento forme parte de la estrategia de defensa es legítimo, pero para creérsela debería ir acompañado de hechos. Del Nido se ha mostrado dispuesto a devolver el dinero que se le acusa de haberse llevado por el caso de facturas falsas por el que está sentado ahora mismo en el banquillo, pero ni siquiera ha terminado de pagar la indemnización en favor del Ayuntamiento de Marbella a la que ya fue condenado en el ‘caso Minutas’, que lo tiene a la sombra desde marzo del año pasado. Comenzó a pagar cuando estaba a la expectativa de recibir un indulto, pero dejó de hacerlo cuando quedó claro que no habría medida de gracia. Todavía debe 1.266.607,34 euros. Si está arrepentido puede comenzar por ahí. La deuda con Marbella de Julián Muñoz, que en los últimos meses ha reducido su estrategia de defensa a dar lástima, es mucho mayor, más de 78 millones de euros.
El exalcalde también se muestra arrepentido, pero tanto el Tribunal que lo juzgó en el ‘caso blanqueo’, como el fiscal, como cualquiera con dos dedos de frente y la dosis mínima de sentido común, consideran que tiene una fortuna oculta, y que seguirá blanqueando tan pronto como tenga oportunidad para hacerlo. El producto de años de latrocinio desde el poder no se esfuma por arte de magia.
Es posible que tanto Julián Muñoz como José María del Nido quieran congraciarse con sus víctimas, conseguir que se atenúe la persecusión judicial de sus delitos, obtener algún beneficio, e incluso, en el caso de Del Nido, tener una plataforma desde la que reconstruir una imagen pública el día que le toque abandonar la celda. Pero eso no tiene nada que ver con el arrepentimiento.
Está muy bien declarar públicamente que se está arrepentido, en primer lugar porque ello supone reconocer la autoría de los hechos que los han llevado al banquillo. Pero el arrepentimiento se demuestra en la reparación de lo que se ha hecho mal, y en este caso los actos que cometieron Muñoz y Del Nido no son, afortunadamente, irreparables. Sólo tienen que devolver lo que se han llevado.
El arrepentido tiene diferentes consideraciones según desde qué ángulo se lo enfoque. Para la policía o la justicia puede ser un colaborador imprescindible y por lo tanto valorado más allá de las conductas que haya tenido en el pasado, y para la sociedad, una persona que se ha equivocado y quizás merezca otra oportunidad. Pero en las leyes de la mafia no hay posibilidad de matices, al arrepentido se le llama ‘rata’ y su colaboración con la policía o la justicia supone una traición castigada con sangre.
Es seguro que ni Julián Muñoz ni José María del Nido deban estar preocupados por esto último. En primer lugar, porque la mafia de la que formaron parte no tiene nada que ver con la Cosa Nostra ni con la Camorra; fue algo mucho más cutre y primitivo. En segundo lugar, porque el arrepentimiento que han expresado en el juicio no ha permitido resolver nada, ni ha aportado luz sobre el tema que los ha sentado esta vez en el banquillo. Por no servir, no ha servido siquiera para que las víctimas de sus actos delictivos, los vecinos de Marbella, puedan tener la percepción de que ambos personajes han desistido de seguir con lo que vienen haciendo desde hace más de quince años: tomarles el pelo. Es más, todo indica que siguen en lo mismo.