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Héctor Barbotta

Marbella blog

Pobres opresores

En estos días la intensidad del conflicto catalán no sólo ha llevado a unos cuantos a opinar acerca de lo que desconocen, lo que no supone novedad alguna sobre todo en las tertulias televisivas, sino también a hastiar a muchos de quienes procuran estar informados, pero se resisten a que les machaquen el cerebro durante las 24 horas del día con las disquisiciones de quienes se muestran incapaces de ver más allá de su propio ombligo.
Seguramente uno de los grandes éxitos de los secesionistas-separatistas-soberanistas (entrar en esos matices no es objeto de este artículo) fue poner a todo el mundo a debatir en función de sus propios puntos de vista. Haber convocado unas elecciones en clave de referéndum y que durante toda la campaña se haya discutido en torno a ese eje –soberanía, autodeterminación, independencia sí o no- y no en clave electoral, lo que hubiese obligado a confrontar propuestas sobre educación, sanidad, impuestos y esas tonterías que preocupan a la gente de a pie, ha sido el gran éxito de Mas y los suyos.
Cuando el adversario elige en qué campo se juega el partido, con qué balón, con qué árbitro y hasta con qué reglas y uno lo acepta como si no le quedara otra opción lo más probable es que al final de la contienda sólo le quede admitir que no es el obtenido el resultado que se esperaba o que acabe celebrando no haberse llevado una goleada de aúpa.
En todas las elecciones de las que se tiene noticia las posiciones se dirimen sobre el eje izquierda-derecha, progresismo-conservadurismo o como quiera llamarse a esa dicotomía entre dos posiciones igualmente legítimas, y quien marca el terreno es el que acaba llevándose la victoria. Pero en esta ocasión los soberanistas señalaron un terreno diferente, el que más les convenía por los temas que se obviaban, y todos los demás aceptaron sumisos las normas impuestas por el adversario.
Ese terreno marcado no sólo establecía que había que discutir sobre independencia y no sobre, sanidad, por poner un ejemplo, sino también que defender la autodeterminación, o el derecho a la secesión era lo moderno y progresista, y apostar por la unión, lo carca y anticuado. Y no.
En un país sometido, el progresismo y los impulsos de emancipación caminan indefectiblemente de la mano. De modo análogo, defender la secesión en una región desarrollada porque se considera que la solidaridad con los demás es una lastre puede ser muy legítimo, pero ello no atenúa el sonrojo intelectual que provoca asistir a cómo se disfraza de lucha liberadora esa posición reaccionaria.
Por poner un ejemplo cercano. Es como si en Marbella alguien quisiera trazar una linde para quedarse con el IBI de Guadalmina y Puerto Banús y disfrazara la maniobra de movimiento soberanista frente a la opresión de los barrios obreros.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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