El tiempo que lleva el actual equipo de gobierno en el Ayuntamiento de Marbella ha servido para saber que la mayor parte de los cambios que se vaticinaban, algunos esperanzadores y otros, negros augurios, no han llegado y posiblemente nunca lleguen.
Entre lo que no ha cambiado están las formas lamentables en las que se desarrolla el debate político en la ciudad, basado no ya en la crítica ocasional del adversario sino en su descalificación permanente y en su deslegitimación para lanzar opiniones o propuestas. Durante el mandato del PP, cada vez que la oposición ofrecía una rueda de prensa o enviaba un comunicado, no pasaba más de media hora antes de que desde la oficina de prensa del Ayuntamiento llegara la respuesta, siempre en esa línea.
El contracomunicado servía para preguntarse dos cosas. La primera era si entre las funciones que debe realizar la televisión municipal debe estar la de avisar a la oficina de comunicación del gobierno qué ha dicho la oposición para que de esa manera pueda enviar una respuesta al resto de los medios lo más rápido posible. La segunda era en relación a la naturaleza de esa respuesta. Nunca se respondía al fondo del asunto, sino con una fórmula al que se recurría invariablemente, cualquiera fuera el asunto a debatir. Así, todas las respuestas comenzaban con la acusación hacia la oposición de irresponsabilidad, de hacer críticas destructivas, de desconocer la realidad de la ciudad y del Ayuntamiento y de atentar contra la imagen de Marbella.
«Que dejen de engañar a los ciudadanos», «que insten a la Junta de Andalucía» y «que se pongan a trabajar por Marbella» eran algunos de los latiguillos con los que una y otra vez, hasta el cansancio, se respondía a las críticas de la oposición, cualquiera fuera el asunto que se estuviese tratando.
Con la llegada del actual equipo de gobierno el modus operandi no ha variado, lo que invita a pensar que la forma de actuar de los partidos, más allá de sus diferencias aparentes, nace de un mismo molde. Eso, o que el nuevo gobierno municipal no llegó para mejorar lo que se hacía antes, sino para copiarlo. El problema, entonces, no sería lo que se hacía, sino quién lo hacía.
El actual equipo de gobierno, igual que el anterior, sigue teniendo puntual información de lo que dice la oposición en sus ruedas de prensa incluso antes de que la información sea emitida por la radio o aparezca colgada en internet, lo que lleva a pensar que hay un topo en el partido contrario, que alguien confunde el periodismo con el espionaje o que la televisión municipal y sus recursos materiales y humanos se utilizan para lo que no se debería. Y ante eso, la naturaleza del comunicado de reacción es siempre el mismo, lo que invita también a cuestionarse para qué quiere el gobierno saber lo que ha dicho la oposición si la respuesta ya parece preparada de antemano.
Lo que sí ha cambiado es el latiguillo. Si antes las acusaciones eran de hacer críticas sin afán constructivo y de ignorancia, ahora las respuestas van por el camino de descalificar a la oposición por reclamar lo que no hicieron cuando eran gobierno. Las expresiones «las cotas de cinismo» o «el PP reclama lo que no ha hecho en ocho años» han perdido ya toda efectividad a fuerza de desgaste por exceso de uso.
El problema con esta forma de afrontar el debate político es que es una manera de que no haya debate político y también una manera de no responder a las cuestiones concretas sobre las que puede existir un legítimo interés ciudadano. No se trata sólo de calidad del debate, sino de calidad democrática.